CONTRACANTO fue mi primera novela y la comencé 1/8/2016.  Fue editada en septiembre de 2018 y forma parte de una trilogía protagonizada por el inspector Lucas Séguin. La segunda novela, que se titula DESENCANTO, está acabada pero no editada, porque la he presentado a un concurso. La tercera novela, que va viento en popa, se titulará PARA QUÉ HE DE SOÑAR; este título es el principio de un poema de Juan Ramón Jiménez: “¿Para qué he de soñar en amores/ si está oscura y lluviosa la tarde…”. En esta tercera novela, Lucas Séguin, más de veinte años después, vuelve al lugar donde empezó su caída con la intención de reconciliarse con su pasado.

     Cuando concebí la trilogía me imaginaba el leitmotiv como un viaje de Lucas Séguin por el amor, el desamor y la soledad nigérrima.

     En el primer capítulo, de esta tercena novela, intento mostrar el estado en el que encuentra Lucas Séguin para inicial el final de ese viaje a Ítaca o a los infiernos.

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CAPÍTULO I

Ella no sabe que todavía puede transmitir felicidad

      Aunque el frío amanecer del otoño no invita a salir  Flora  permanece de pie junto a la ventana del salón vestida de calle. Ella vive con su hermana Pura, solas las dos, en la casita familiar donde habían nacido. Lleva el móvil en la mano y lo voltea muy nerviosa, no se decide a llamar. Allá a donde quiere ir no la debe de esperar nadie. Intenta descargar la tensión y acerca los labios al vidrio de la ventana para exhalar el vaho, como si quisiera borrar el paisaje. En seguida frota el cristal empañado con la punta de los dedos y dibuja un círculo perfecto y diáfano. Al contemplar la calle a través del círculo le ha parecido que alguien la miraba. Esto la deja desvalida y cierra los ojos hasta crisparse. Ella sabe que cuando se encuentra mal vuelven los fantasmas. Al recuperar la mirada puede ver, enmarcada por el círculo perfecto, la imagen fija del día que Lucas Séguin se fue de casa para no volver. Sigue ahí. Más de veinte años sin que se le haya borrado un ápice aquella imagen heridora:

     ‘Cada noche, cuando llegabas de la comisaría, te encerrabas en el lavabo. Al principio pensaba que ibas a meneártela porque yo me negaba que vinieras a la cama, dormía con la niña a mi lado para impedírtelo. Una vez me acerqué a la puerta del lavabo y te sentí… te sentí llorar como si odiaras la vida. Nada me había dolido más que escuchar tu llanto. Sabía que me querías, pero no me podía imaginar que me amaras de ese modo. Me abofeteé con saña porque me veía como la mujer más cruel del mundo. Los días siguientes intentaba mostrarme más cercana, sin ser demasiado cariñosa porque no me creerías, y tú mantenías ese silencio de sufridor de siempre. ¿Lucas, por qué no luchaste para mostrarme tu amor? Un día intenté recuperarte utilizando mi última carta, pero fue una malísima idea. Cuando Linda cumplió los dos años te dije que ella sí era tu hija, te había mentido demasiado tiempo y, ese mismo día, te fuiste sin abrir la boca y sin mirar atrás. Aquella escena me marcó para siempre. Algo me decía que ya no conseguiría amar como había soñado, que ya no podría ser feliz, porque no había forma de reparar el daño que te hice. El resto de mi vida me obsesioné con la búsqueda desesperada de un hombre triunfador que me diera una vida regalada, aunque me costara la dignidad. Siempre había despreciado a las mujeres que buscaban un hombre para dar sentido a sus vidas por encima de su libertad, y yo, no sólo caigo en ese mal, sino que encima buscaba hombres poderosos. No quise a ninguno y ninguno me quiso a mí. Tú sí, Lucas. Tú sí me querías, ¿verdad? He perdido tu amor y ahora me ha abandonado mi niña. Qué me queda’.

     La soledad terminal se refleja en el rostro estragado de Flora.

     Flora aparece muerta en la vía pública a primera hora de la mañana. Los primeros indicios apuntan que fue atropellada mortalmente por un conductor que se dio a la fuga. Después de la autopsia se ha sabido que fue un suicidio. Se había lanzado del viaducto que atraviesa la autopista del norte. Llevaba el móvil consigo y rastreándolo se pudo comprobar que la última llamada  la había hecho a Lucas Séguin y la penúltima a Linda, la hija de ambos.

     Linda (Ermelinda) fue abandonada por Lucas cuando tenía dos años; y su madre la abandonó cuando tenía seis. Vivió con su tía Pura, pero huía de todo porque en aquella casa no había equilibrio, y acabó en la calle. La marginalidad y la droga la llevaron al borde de la muerte; hasta que un joven migrante la acogió en la sede de la ONG para sin papeles en la que vivía, y ella, agradecida, se convirtió en colaboradora de la entidad. Cuánto dolor en sus veinte y pocos años de vida. 

      Linda y sus padres se reencontraron hace poco más de un año cuando fueron a visitarla al hospital porque la habían agredido hasta llevarla al borde de la muerte. Después de recuperarse no quiso saber nada de Lucas, no le perdonó que la abandonara; en cambio, a su madre sí la aceptó, porque también había sufrido mucho y porque dejó la bebida por ella. Flora había conseguido que Linda superara las secuelas de la agresión que había sufrido y que alcanzara el equilibrio necesario para reconducir su vida. Se sentían muy unidas, pero algo debió de suceder los últimos días que hizo que Linda se alejase, y ella no pudo soportar perderla de nuevo. 

     Flora fue incinerada y la urna funeraria se la entregaron a su hermana Pura. Pura es la hermana que siempre estuvo ahí para ella. Sufría trastorno bipolar y nunca pudo hacer una vida propia. Recogió toda la mierda que su hermana iba dejando: primero Lucas Séguin la abandona, por negarle la paternidad de su hija, y dolor; después ella abandona a su hija, por sus sueños de grandeza, y a culparse; luego la prisión, por su lealtad con los fuertes (tres años por participar en una trama de evasión de capital para un arribista), y la debacle.

     Pura coloca la urna funeraria sobre una cómoda repleta de portarretratos y recuerdos de la familia. Ahora, la soledad más doliente se corporeiza en las cenizas de aquella muerta, que la espanta por tantos recuerdos tristes que le va a provocar. Coge un portarretratos donde se ve ella y su hermana con sus vestiditos de verano posando en la orilla de la playa. No tenían más de cinco y siete años respectivamente. ‘Cuando éramos niñas, cuántas veces me repetías que cuidara siempre de ti, que siempre íbamos a estar juntas. Estás aquí y cuidaré de ti, pero cómo haré para que no me veas llorar; pensarás que soy  muy débil para protegerte’.

      Lucas hablaba con Flora por el móvil cuando ésta se lanzó al vacío. Estaba en la orilla de la playa aterido por la brisa del mar y el agua fría que le bañaba los pies. Él sintió su último suspiro desconsolado y el golpe trágico. Aún no se ha recuperado del shock. Había viajado a las playas del sur para desaparecer mar adentro porque se sentía culpable de la muerte de Marcos, su amigo de la infancia, allá en el pueblo del noroeste. Pero justo cuando se preparaba para quitarse de en medio recibió esa llamada fatídica. Esa última llamada le hizo olvidarse de sí mismo y le despertó el deseo de recuperar todo lo bueno de la historia de la mujer que había amado. Decidió aplazar su drama y, ahora, se dispone a hacer ese largo viaje, desde las playas del sur, hasta la periferia de la gran ciudad del centro donde empezó todo. Lucas se siente impotente por no haber logrado impedir el trágico fin de su exmujer, y también sufre porque no podrá compartir con su hija el dolor por la muerte de su madre; no querrá verlo. ‘Si todo han sido fracasos y sueños rotos a lo largo de mi vida, al menos, si desaparezco, quiero llevarme bellos recuerdos’, vuelve a dudar si habla solo o está rezando; cae con facilidad en la melancolía.

     Vuelve a la periferia de la gran ciudad del centro.

     Enciende la radio de su viejo Toyota en el dial de música clásica y se escucha la Sonata No 2 para violín de J. S. Bach (se cree que dedicada a la muerte de su mujer). Se refugia en la música y siente el dolor que aquel concierto triste expresa en cada nota.

     Lucas se presenta en la casa de Pura. Es una modesta casita adosada que las fábricas de otro tiempo construían para sus obreros. Ella lo recibe  como si lo conociera de toda la vida, y expresa sin contención su dolor por la muerte de su hermana Flora. Lo hace pasar al zaguán y se sientan en dos sillitas de mimbre muy antiguas. Se miran, se estudian y se sorprenden porque se sienten muy a gusto. Se quedan arrobados por un momento, como dos jóvenes que se acaban de conocer. Ella rompe aquel embeleso con su voz dulce y melodiosa.

     -Cuando os separasteis siempre me hablaba muy bien de usted, y lo echaba de menos, pero nunca se lo hizo saber porque Flora no sabía pedir perdón.

     Lucas hace un gesto de cansancio, sabe que todavía no está preparado para recordar ese pasado. Demasiadas cosas que olvidar antes de poder revivir ese amor que estuvo ahí. Desvía la atención y se interesa por saber qué pasó entre Linda y su madre; que fue el detonante que la llevó al crudelísimo final. Flora se lo había contado por el móvil cuando se disponía a tirarse al vacío.

     -¿En qué momento se rompió la relación entre ellas?

     -Linda descubrió entre las cosas de su madre un documento  que la dejó destrozada.

     La tía Pura sale del zaguán y al poco vuelve con una carpeta  repleta de papeles y fotos. Saca uno de los documentos y se lo pasa a Lucas. Él puede leer que, cuando la niña tenía seis años, Flora lo había preparado todo para darla en adopción.

     Lucas mira a la tía de Linda extrañado.

     -No lo hizo y acabó viviendo conmigo, pero yo no estaba capacitada para cuidarla y le hice más mal que bien. Sufro un trastorno bipolar y apenas podía cuidar de mí misma.

     -Entiendo.

     -Se fue de casa siendo adolescente hasta que pasó… –se conmueve al recordar.

     -No siga; el resto yo también lo he sufrido.

     -Lo sé. Hace unos días se cumplió un año de cuando la agredieron en aquel campo del sur.

     -La agredieron por mi culpa: yo trabajaba como inspector en el caso del secuestro de la joven estudiante Paola…

     -Ya recuerdo el caso; la pobre chiquita apareció enterrada en un bloque de hormigón.

     -Iba a ser mi último trabajo como inspector y acabó en un fracaso. Quería retirarme y…

     Él se abofetea hasta hacerse daño.

     -No se ponga así.

     Ella lo invita a pasar al salón y le ofrece un café. Está sentado delante de la ventana donde Flora dibujaba aquel círculo premonitorio de lo que sería su fin.

     -¿Se encuentra mejor?

     -Perdona por mi reacción. No puedo evitarlo. Es que ese fracaso me llevó a otro peor.

     -Si no puede seguir… déjelo –ella siente que está a punto de desestabilizarse.

     -Cuando investigaba el secuestro de Paola se despertó en mí el deseo de buscar a mi hija; ¿si buscaba a una desconocida, por qué no a… que hacía más de veinte años que no la veía? Le pedí a un detective privado, Eric Cimiento, que me ayudara a localizarla y, este desalmado, acabó agrediéndola hasta darla por muerta.  La dejó allí tirada y… Por mi culpa, ¿lo ve?

     -No veo yo la culpa. Cuando se agrede a una mujer indefensa, el único culpable es el que la agrede.

     -Quizás. Sólo sé que  perdí el control y mi obsesión era vengarme de aquel tipo olvidando mi deber como policía –medita, se lo piensa y se queda aturdido-. Acabé matándolo de un disparo. ¡Qué dolor verlo morir en mis brazos! ¡Pobre Eric!

     -No se olvida, ¿verdad? ¿Y no fuiste a la cárcel?

     -Después de que en la comisaría se hubo preparado el mejor informe posible para la integridad del cuerpo, todo quedó en que yo le había disparado en defensa propia porque él también llevaba un arma.

     -¿Y no fue así?

     -No lo sé -desvalido.

     -Pobre Lucas –ella acaba volviéndose maternal.

     -Me vi obligado a pedir la excedencia, y aquí estoy, arrastrándome a la búsqueda de recuerdos que… –baja el tono-, qué iluso.

     -No se rinda, señor Lucas.

     -Linda es lo único vivo que me queda y no quiere verme –está exhausto y la lágrima fácil se apodera de él.

     -No la olvide.

     -¿Usted cree que uno se puede reconciliar con su pasado?

     -Ellas se reconciliaron después de casi veinte años de espaldas.

     -Pero se volvió a romper su relación y fue más dura…  –el inconsciente casi le juega una mala pasada. 

     -Sí, discutieron por ese documento de la adopción que usted ha leído. Su madre le repetía que en aquella época estuvo procesada por evasión de capital, sabía que iba a ser condenada, y quería que tuviera un futuro mejor con otra familia, pero Linda no aceptó ninguna explicación. Y desapareció…

     -Procesada por evasión de capital, lo sé

Lucas no quiere entrar en ello.

     -Alguien la utilizó para enriquecerse y ella acabó cumpliendo tres años de cárcel.

     -¿Y quién fue ese alguien?

     Ella le pasa la carpeta archivadora.

     -Antes de salir para no volver me dejó esta carpeta para usted. Me pidió llorando que se la hiciera llegar. Ahí deben de haber documentos y cartas que hablan de ese hombre. Esa carpeta la mantuvo en secreto hasta que Linda la descubrió hace poco; y yo no sé nada de lo que hay, no quiero tocar sus cosas, ya he sufrido demasiado.

     Lucas coge el material con indiferencia, remueve los documentos y, al ver unas fotografías de sus primeros encuentros con Flora, cuando tonteaban de jóvenes, se emociona y se le escapa un suspiro de dolor. Está a punto de hipar.

     -¿Linda sabe lo de la muerte de su madre?

     -Claro, la llamé y le dejé el mensaje, y espero verla entrar por esa puerta y pedirle perdón –señala la urna funeraria y se persigna-  aunque no lo sienta. Los que queríamos a Flora sabemos que os hizo mucho daño a usted y a Linda, pero lo ha pagado tan caro. Su obsesión estos últimos años de su vida era que alguien la quisiera una pizquita, como decía ella, pero cuando parecía conseguirlo, su pasado y la bebida, se interponían.

      Pura mira al cielo y se masajea las mejillas con las dos manos como si acariciara a su hermana. Lucas se conmueve.

     -No se puede negar que usted la quería mucho. Cuando yo conocí a Flora nunca me habló de usted.

     -Ella procuraba no complicarme la vida. No conocí a ninguno de sus novios.

     Él hace un chasquido lastimoso.

     -Entiendo.

     -No, no se avergonzaba de mí, es que no quería que me encariñara con ninguno de sus novios porque soñaba con llegar a lo más alto y, si cualquier hombre le parecía poco ambicioso, lo iba a dejar a la primera.

     -Ya, lo dejaba a la primera –como diciendo: no hace falta que me lo recuerde.

     -Hasta que ese señor poderoso supo aprovecharse de esa debilidad.

     -Yo diría que primero está la mala gente, como ese señor, y después estamos la gente normal, que somos sus víctimas.

     -Tiene usted cara de que la hubiese hecho muy feliz.

     -Ya, pero los perdones no era nuestro fuerte. Dejas pasar el tiempo esperando perdonar y, cuando lo decides, ya es tarde –mira hacia la urna funeraria y hace una leve reverencia de respeto-; y he llegado demasiado tarde, Flora.

     -No se apene.

     -Me deja que le llame de tú. Al fin y al cabo es usted de la familia.

     -Trátame como lo sientas.

     -Ella me contaba todo lo que pasaba entre vosotros, y me costaba entender que lo único que le preocupaba era que no se creía ni tus sueños de grandeza ni tus heroicidades como policía.

     -Tenía razón, aparentaba, yo nunca fui un policía vocacional ni ambicioso. Pero la quería.

     -Ella sufrió mucho cuando te fuiste.

     -Nunca lo supe.

     -A partir de ese momento no soportaba a los hombres conformistas; en cambio, con los ambiciosos se quedaba fascinada. Ésa fue su perdición. Ese hombre malo se aprovechó de ella.

     -Algo más vería en él, ¿no?

     Él remueve los documentos y encuentra el nombre del hombre que la llevó a la cárcel. Es Jaime Arreti, el actual ministro del interior. Se queda estupefacto. No se lo comunica a ella para no preocuparla. Pensaba que ese hombre malo era alguien anónimo. Examina los documentos y toma notas de hechos y fechas.

     -Yo creo que nunca estuvo enamorada de ese hombre. Sólo se le veía entusiasmada cuando hablaba de negocios y de los logros económicos que habían conseguido juntos.

     -¿Qué negocios?

     -No lo sé. Nunca lo conocí; ella era muy celosa de su intimidad por mi bien, como le decía. No sé qué habrá sido de él. Creo que en esa época quería meterse en política.

     -¿Quería meterse en política?

     -Sí, ella decía que él quería tocar poder; me lo contaba como si hablara de sí misma. Se lo creía. Pobre Flora. Se olvidó de que era una hija de obreros.

     -Las hijas de los obreros también tienen…

     No sigue porque sabe que hará daño.

     -Las hijas de los obreros no pueden soñar tan alto. Se tienen que engañar a sí mismas para estar ahí.

     -Todos tenemos derecho a alcanzar cualquier sueño –hace una pausa y cierra los ojos para recapacitar-. No, retiro lo que acabo de decir; yo también creo como tú que hay sueños que no nos pertenecen.

     Lucas repasa en décimas de segundo la ristra de sueños rotos que ha sufrido y siente que está condenado a ver pasar el tiempo. Su mirada atraviesa el cristal de la ventana y se le pierde al contemplar el perfil de aquel barrio de la periferia. Pura reconoce el estado en que ha quedado Lucas tras narrar su desdicha, se acerca a él y le coge la mano con la ternura de una madre.  Él le aprieta, como un náufrago aprieta una mano amiga, y suspira aliviado. Ella no sabe que todavía puede transmitir felicidad.