ESCRIBIR EN TIEMPOS CONVULSOS II | La literatura y la política
En un momento determinado, allá por 1998, tomé la decisión de que mis escritos no volverían a tener un gramo de demagogia. Llegué a esta conclusión después de hacer un análisis de las lecturas que me habían marcado. Descubrí que obras como la Odisea, el Quijote, Madame Bovary, La gaviota, La muerte en Venecia, Corazón tan blanco, eran las obras que me habían ayudado a comprender mejor la condición humana. Todas hablaban de su época, pero sólo como marco de las hazañas, de los conflictos, los dramas y las tragedias. Si quería comprender el contexto en el que se desarrollaban las obras que me fascinaban lo estudiaba en el mundo de la historia y la filosofía. Las lecturas y los/as autores/as que me deslumbraban en mi juventud por su compromiso político, pasaron a serme indiferentes. Pude ver que la literatura doctrinaria cosificaba a las personas y las etiquetaba obviando la complejidad humana. Me quedó claro que la literatura y la política no podían tener los mismos objetivos. La política debe pretender transformar la sociedad con la fuerza del poder democrático y, la literatura, debe de intentar mostrarnos lo más profundo del individuo utilizando el poder de la belleza y el arte. Cuando escribo sólo veo personas individuales, tienen rostro. Pero, si alguna vez, la rabiosa actualidad me provoca un ramalazo de ira, y se me escapa alguna lección política en mi obra, a la siguiente reescritura desaparece; o algún personaje la rebate. La literatura debe ser un espejo en el que podamos ver reflejadas nuestras grandezas y miserias, no un modelo de comportamiento.
Mi tesis es:
Si un/a autor/a opta por la literatura comprometida, porque quiere contribuir con ella a la lucha por la libertad y la justicia, está haciendo que su obra siga una línea ideológica y, esta deriva, lo puede llevar a ser un autor al servicio de una doctrina política, con el riesgo de caer en el panfleto y la demagogia y, lo que es peor, su literatura puede acabar siendo una literatura militante. En mi artículo ESCRIBIR EN TIEMPOS CONVULSOS I hago referencia a una de mis obras demagógicas, Mai mès (1993), que nace en un momento en el que me dejé llevar por las circunstancias muy tristes que vivíamos aquí en el Noreste.
Hay épocas en las que este tipo de literatura predomina sobre otras. Suelen ser épocas en los que hay conflictos sociales. Por ejemplo: En los años cincuenta y sesenta, y bajo el liderazgo de intelectuales existencialistas franceses, como Sartre o Camus, nació una corriente literaria comprometida políticamente que tuvo mucho eco en toda Sudamérica. Todo el continente estaba sometido a dictaduras feroces y era muy difícil quedarse impasible. Además del compromiso literario este movimiento tenía otra característica, la mayoría de los/as autores/as seguían el modelo narrativo de escritores de referencia como William Faulkner o James Joyce. No había narrador que se preciara en aquella época que no se declarase de izquierdas y seguidor (imitador) de estos maestros. Algunos autores hasta crearon escenarios imaginarios para sus historias como había hecho Faulkner con el condado de Yoknapatawpha. A aquella corriente literaria se la conocía como realismo mágico, pero en algunos casos, aquello era puro realismo socialista; que era el estilo impuesto en los países comunistas y, que tenía como única función, inculcar la conciencia de clase a la ciudadanía. Neruda llegó a escribir 215 versos de exaltación comunista en Oda a Stalin. Pero gracias al talento y sensibilidad de algunos escritores, como el mismo Neruda, sus obras superaron la obsolescencia de los mensajes políticos. García Márquez, en su obra Cien años de soledad, no hace más que una bella ilustración de su pensamiento político; ahora bien, podemos constatar, que su talento narrativo es tan hermoso, que el mensaje queda en segundo plano; pasa a ser materia de historiadores y profesores de ciencias políticas. Ante esto se puede decir que hay autores/as que han alcanzado la grandeza literaria a pesar del mensaje: Alberti, Orwell´s, Brecht, Hemingway y otros muchos que yo admiraba.
Lo contrario de la literatura comprometida no es la literatura elitista, pretenciosa o políticamente ambigua. La literatura que yo entiendo debe de intentar explorar el comportamiento humano, y crear historias que eviten adoctrinar; historias que provoquen, además del disfrute, que los/as lectores/as elaboren sus propios análisis y lleguen a sus propias conclusiones. Toda literatura es política, porque al hablar de la vida de unos personajes, está hablando de la sociedad que los condiciona, pero debe utilizar el medio como marco de las historias, no como argumento para un ensayo. Las tesis políticas, al ser sometidas a la dialéctica de los hechos, lo que hoy defienden como un valor mañana puede ser una rémora para el progreso. Ya hemos hablado del caso de la Oda a Stalin, de Neruda. Hoy sonroja. Las tesis hay que dejarlas para los profesionales, sociólogos, economistas, historiadores, periodistas, pensadores, para los que siempre está en cuestión cualquier sistema político; y pueden cambiar y mejorar su opinión según va marcando la experiencia; es su trabajo. Ellos buscan respuestas y certezas, y, los literatos, deben vivir en la duda constante.
Si el escritor, por su conciencia y sensibilidad, siente la necesidad irrefrenable de luchar por una sociedad más justa, lo puede hacer a través del ensayo, de la prensa, la militancia, o la calle; y así, cuando llegue la contradicción, que es lo propio de las sociedades dinámicas, poder rectificar sus demandas sin que envejezca su obra. Quién no se arrepiente de sus escritos de juventud. Y quién no acaba cayendo en lo que más condena (parafraseando a Tomás Mann) y arruina su obra.
La literatura que mejora con el tiempo, creo, es aquella que deja vivencias y preguntas válidas para los lectores de todas las épocas. Romeo y Julieta, de W. Shakespeare, es una trágica historia de amor inmersa en un contexto político y social absolutamente injusto, pero el autor no pretende denunciar los males o bondades de aquella sociedad ya olvidada; nos quiere hablar de los males que provoca la intolerancia entre las personas, que es un tema universal y eterno. La obra se volvió universal y eterna, no sólo por su calidad, sino también por su tema.
La literatura humanista es un referente que no deberíamos olvidar. La relectura de los clásicos es una fuente de inspiración inagotable.
Dejando claro que la literatura de cualquier estilo no va a transformar la sociedad, sólo queda apoyar o censurar a los políticos a través de la acción. Son los políticos, con su capacidad de liderazgo, los que han forjado la historia de la humanidad. El carisma es una cualidad que hace que sus palabras expuestas en público tengan una fuerza transformadora. El dominio de la palabra hablada es un arma que ha movido el mundo en todos los tiempos. Haciendo un repaso somero por la historia de las conquistas y los desastres sociales de todas las épocas, siempre hay detrás un discurso político (desde la utopía al posibilismo pasando por el totalitarismo) y un líder carismático que lo maneja con fines nobles o perversos. O ambos a la vez; como se muestra (posiblemente sea histórico), al final de la película Alejandro Magno de Oliver Stone, cuando Anthony Hopkins dice de Alejandro: “Los soñadores deben morir antes de que nos maten con sus condenados sueños”. En la mejora de la sociedad también hay que tener en cuenta la contribución de los/as grandes hombres y mujeres de la sociedad civil que han liderado y lideran las movilizaciones sociales, indispensable para controlar los excesos del poder.
Los poetas y narradores también tienen carisma, pero su poder se diluye porque leer una obra exige calidad literaria y la voluntad del lector. Sin embargo, seguir un discurso político no exige un esfuerzo de voluntad del individuo. Los/as líderes políticos saben, que si su discurso está pleno de clichés, de consignas y promesas nobles o mezquinas, es más fácil que el individuo se identifique con el mensaje y, así, ir engrosando su masa de seguidores. Esa masa es la que transmite el poder al líder para realizar su proyecto. Un líder político es tan poderoso como la suma de las fuerzas de sus seguidores (Foucault).
Lo único que deberían esperar los/as autores/as de su obra, con respecto a la política, es que sea leída por los líderes y que ésta ayude a mejorar su bagaje intelectual para que puedan tener una concepción más profunda y acertada de sus propuestas políticas y, por ello, alcanzar el buen gobierno, evitando el culto a la personalidad* (me permito un pequeño ramalazo demagógico).
Y, para acabar, todos mis respetos a los autores comprometidos; si hay arte en sus obras, claro.
*El culto a la personalidad convierte en monstruos a los líderes políticos; y, los monstruos, como Saturno, acaban devorando a sus criaturas.