Hace unos meses dejé aparcada la escritura de guiones para embarcarme en una novela. Lo primero que hice fue estudiar  manuales de técnica narrativa y conocer, a través de conferencias y textos, el método de trabajo de grandes autores. Cuando adquirí cierta seguridad empecé a escribir, pero me faltaba algo, no podía reflejar con fluidez y armonía las situaciones, el ambiente, los pensamientos y los diálogos. Entonces me dediqué a estudiar cómo utilizan la lengua estos cinco  grandes maestros de la literatura que me han marcado. Siempre los había leído como contadores de historias, pero ahora los leo como magos de la palabra. Quiero descubrir hasta dónde pueden llegar con su maestría narrativa.

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Cuando escribo un guion lo tengo fácil, solamente tengo que escribir los diálogos y unas mínimas indicaciones, porque para el director es un material orientativo. Él lo hará suyo y filmará la historia con sus propias reflexiones y pensamientos. Filmará las miradas, los gestos, el ambiente, la luz, marcará el ritmo y el tono, todo, hasta hacer su obra. Ahora, con  la novela, lo que antes acababa el director con imágenes me toca crearlo a mí pero con palabras. Palabras escritas con exactitud y belleza.

Del oficio de guionista solamente puedo aprovechar la técnica para crear la estructura de la historia y la construcción de los diálogos.

De la escritura de la novela me dan vértigo los momentos cuando tengo que recrear espacios, colores, formas, gestos, atmósferas, y todos esos detalles que forman parte de la narratividad de la historia. Pero, por otro lado, ya empiezo a disfrutar de  esos  otros momentos en los que tengo explayarme narrando las emociones y los pensamientos de los personajes, cosa que no  podía hacer en el guion.

Cada día siento más ganas de sentarme a escribir, cada día espero que aparezcan esos flashes  en los que siento que una frase o un párrafo superan lo que pretendía contar; me surgen imágenes, sensaciones y recuerdos que no sabía que estaban ahí, que ya no parecen míos; es un placer indescriptible. Esa sensación de ser espectador de mi propia obra, más el trabajo de reescribir hasta  que ya no puedo expresarlo mejor, son los que me van marcando la conformidad de cada frase, de cada párrafo y de cada escena o capítulo.

En agradecimiento a estos magos de la palabra que me han marcado, Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Javier Marías, Cristina Peri Rossi, voy a reproducir un párrafo de cada autor y un comentario de lo que son ahora para mí:

borges

“Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oximoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis…”

El Aleph

Jorge Luis Borges es el narrador que convierte en epopeya lo cotidiano.

“Los ciegos no ven: reconocen. Los ojos sin luz de los ciegos no se dirigen a las cosas o a los seres -que no ven-, sino a unos modelos ideales, abstractos, que están en la caverna. Los ojos de los ciegos no están a la altura de los objetos terrenales, sino más arriba: en el espacio del sueño.”

Solitario de amor

Cristina Peri Rossi (fui su alumno) me dejó la marca de la literatura como pasión.

“… Una cigarra instaló su pito en el patio. El sol maduró. Pero ella no lo vio agonizar sobre las begonias. Sólo levantó la cabeza al anochecer cuando el coronel se volvió a la casa. Entonces se apretó el cuello con las dos manos, se desajustó las coyunturas; dijo: Tengo el cerebro tieso como un palo.”

El coronel no tiene quien le escriba

García Márquez escribe para los sentidos y a veces no sabes si está hablando de un personajes o de un paisaje.

“El cielo estaba lleno de estrellas y corría una brisa veraniega impregnada de aromas  la noche que Flora llegó a Roanne, procedente de Lyon, el 14 de junio de 1844. Permaneció desvelada en su pensión, observando por la ventana el firmamento lleno de luceros, pero pensando todo el tiempo en Eléonore Blanc, la obrerita de Lyon con la que se había encariñado.”

El Paraíso en la otra esquina

Vargas Llosa aunque busca la verdad en sus historias no olvida la belleza en cada línea.

“…No es sólo que con la cabeza sobre la almohada se recuerde el pasado e incluso la infancia y vengan a la memoria y también a la lengua las cosas remotas y las más insignificantes y todas cobren valor y parezcan dignas de rememorarse en voz alta, ni que estemos dispuestos a contar nuestra vida entera a quien también apoya su cabeza sobre nuestra almohada como si pensáramos que esa persona pudiera vernos desde el principio…”

Corazón tan blanco

Javier Marías es la mirada escéptica sobre la vida, pero, para mí, es la prosa que lleva más lejos las posibilidades de nuestra lengua.

La epopeya de lo cotidiano, la pasión de narrar, la influencia del paisaje en los personajes, la verdad y la belleza, la grandeza de nuestra lengua, son algunas de  las enseñanzas que he sacado de estos maestros. Todos grandes y siempre vuelvo a ellos cuando me atasco con mi novela.

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