Si sólo he publicado mi primera novela, CONTRACANTO, cómo sigo escribiendo sin parar y sin publicar. Un día descubrí, después de jubilarme, que hay que tener un oficio en la vida para no parar de trabajar. Trabajar para sentirme útil. Puedo dedicar hasta tres días escribiendo y reescribiendo cada página, no para buscar la perfección (eso es para los jóvenes), sino esperando el no sé más, que va marcando mi torpeza o mi valía, y seguir con la página siguiente.

Mi quinta novela se titula SMALL PARADISE. Es un homenaje a García Lorca. Su obra, Poeta en Nueva York, la he leído muchas veces con mis alumnos cuando trabajaba de maestro y profesor de secundaria. Lorca visitó Nueva York en 1929 y se encontró una ciudad viva; tenía más de cien cabarets, y su cabaret preferido era el SMALL PARADISE.

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SMALL PARADISE

 

I

La calle está en penumbra y los pocos coches que circulan parece que van a ninguna parte. Es una zona de la ciudad que ha perdido popularidad y sólo quedan algunos bares caducos que acogen a los noctámbulos que dejan pasar el tiempo como si no los esperase nadie en casa. Lo único que resalta en la calle es la fachada de un garito con su llamativo letrero de neón. El local se llama SMALL PARADISE. Pasa de la media noche y dos clientes salen del local y se alejan en direcciones opuestas, vuelven a sus hogares con la satisfacción de haber subido la autoestima con el sexo y alcohol de escaparate. Si tienen pareja cómo las verán, y, si ellas también han llegado tarde de no se sabe dónde, cómo soportarán la mezcla de olores lisérgicos. Quizás entre ellos no hacen el amor, sólo copulan, y nadie hará preguntas.

Escuchamos música blues en el interior de garito. Al entrar te embate el olor a rancio y perfume barato.  Es un local cutre, decadente, que tuvo clase. Hay pocos clientes en las mesas y, sentadas a la barra, en taburetes ribeteados con molduras doradas desconchadas y ennegrecidas, se exhiben tres chicas entradas en años que adoptan poses displicentes, propias de mujeres gastadas por el oficio. La música blues que se escucha de fondo transmite melancolía más que alborozo. Una camarera, de unos cuarenta y cinco años, está detrás de la barra escribiendo frenéticamente en su móvil. Seguro que busca paisajes lejanos donde retirarse para olvidar que eligió una vida de exhibición y venta de su cuerpo durante muchos años. Su aspecto, su maquillaje y vestuario, y su actitud, son patéticamente insinuantes; de otra época. Parece la escultura Barcelona Head de Roy Lichtenstein en el paseo de Colón.

Ernesto, que tiene unos cincuenta y pocos años, sale de los lavabos y hace el gesto de sacudirse las narinas, típico de los que acaban de esnifar coca. Se recoloca las hombreras de la americana que parece prestada porque ha adelgazado bastante. Va hacia la barra donde tiene una copa medio vacía y la levanta para brindar. Está muy colocado, pero no ha olvidado exhibirse con gestos entre galán y chulo de su época. Respira profundo, mira a la camarera, y sabe que ha estado patético

––¿Cuánto tiempo, Ernesto ––dice la camarera––? Como ves, esto está en las últimas, cada generación tiene su forma de divertirse; y nosotros acabaremos convertidos en piezas de museo. Límpiate la nariz.

La mirada lastimosa de ella muestra que está mirando a alguien que ya no es el mismo. La cárcel ha marcado en el rostro de Ernesto las arrugas del rencor y la soledad.

––Éste era mi lugar favorito. ¿Por qué se sigue llamando Small Paradise si ya no ofrece los mismos servicios?

––El jefe anterior, que se hacía el hombre culto, quiso dejar su huella y propuso hacer un homenaje al poeta García Lorca. Cuando Lorca estuvo en Nueva York, el año veintinueve, había más de cien cabarets y, su preferido, era el Small Paradise. Él decía, y yo lo comparto, que sería una ofensa al poeta cambiarle de nombre al local.

––Esto era un paraíso para los sentidos, ahora Lorca lo cerraría. Recuerdo los espectáculos eróticos, la música en vivo, las niñas radiantes.

––Y los polvos de cada noche; eras el mejor cliente, pero no se me olvida tu mala leche si te llevaban la contraria. Tus negocios te iban tan bien que nos humillabas a todas cuando aireabas tus fajos de billetes en nuestras tetas. Después de que te llevaran a la sombra también desaparecieron tus amigos y esto empezó a caer, y el jefe dejó de invertir, y abrimos un nuevo servicio; a través de citas concertadas, comenzamos a prestar servicios a las lesbianas. Una de las clientas, una mujer casada, se encaprichó conmigo, yo estaba pasando una mala época, y acabé cediendo a su… sí, era un amor puro, la primera vez que lo sentía después de que me metí a puta. Pero ella lo llevó tan lejos que su marido la descubrió y la mató de dos disparos en la cabeza ––Ella se emociona y él le acoge la mano entre las suyas con la ternura de un padre––. Las mujeres de la noche nos vamos apagando y acabamos solas.

––En esa mesa del fondo cerré muchos negocios ––Él se muerde el labio inferior con rabia–– y me llevaron a la cárcel más de veinte años. Cuando tienes éxito en los negocios vas perdiendo poco a poco los principios y la ética y te sientes impune y bajas la guardia, joder.

––¿Qué te llevó a la cárcel?

––Hice un trato con un traficante de armas y, el muy hijoputa, las vendió en mi nombre y acabaron en manos de un grupo terrorista que… ya sabes cómo acabó ––Golpea en la barra y tumba la copa––. Y me pasé más de veinte años viendo cómo el tiempo me comía por dentro; odio a todo el mundo.

––En esta casa no se puede odiar ––Ella intenta animarlo––. Tienes que bajar esa rabia a los cojones y soltarla en el coño de una de estas maravillas que tenemos aquí.

Una empleada, de unos treinta y cinco años, no muy maravillosa, se sienta a su lado. Él la agarra con fuerza por la cintura y ella forcejea para que no la bese, pero sin dejar de reír. Hacen la película como en los viejos tiempos. Se besan exhibiéndose como dos jóvenes apasionados, aunque nadie los mira. Luego se levantan, ella tira de él, y suben juntos una escalera señorial cubierta con una alfombra roja muy gastada. La escalera acaba en un altillo en penumbra con mesas vacías y, detrás de las mesas, hay una hilera de habitaciones con puertas numeradas. Se dirigen a la puerta tres. Él se tambalea por todo lo que se ha metido y ella lo coge por los huevos y lo fuerza a entrar.

 

II

Jorge espera en la escalinata de la facultad de Filología y Comunicación la salida de clase de su novia Andrea. Su papel de observador privilegiado, por la quietud de la espera, le hace magnificar aquel lugar. Piensa: si aquí reside y se transmite el saber, por qué los estudiantes, que deberían venerar la facultad, entran y salen con sus móviles como si asistieran a una feria de a ver quién ha conseguido más estupideces virales. Esta sensación sibilina le hace dudar si esos estudiantes cuando dejen la universidad serán portadores de ese saber o sólo serán portadores del título académico. Jorge estudia dirección en la escuela de cine. A pesar de su veintitrés años tiene más aspecto de actor galán que de oficiante. Su padre es profesor de literatura y su novia es su alumna. Se conocieron desde niños porque Roberto, el padre, era muy amigo de la familia de Andrea y se visitaban con frecuencia y jugaban juntos hasta que llegó el amor. Se aman y comparte la ambición artística y literaria. Preparan un trabajo en colaboración. A ella le encanta el pensamiento y la filosofía y quiere indagar una premisa sobre el poder. Roberto le propuso entrevistar a Ernesto, un viejo amigo, que sabe mucho de las relaciones de poder. Ernesto fue acogido por su madre después de salir de la cárcel y, a través de ella, Roberto consiguió su teléfono. El resto fue un trabajo de Jorge. Convenció a Ernesto para que aceptara una entrevista sobre su vida.

Andrea sale muy tensa de la facultad y, sin saludar, se sienta en uno de los escalones de la entrada. Él se acerca, le retira la melena y la va a besar, no puede evitar el impacto que siempre le provoca su belleza y sensualidad, pero ella le devuelve un beso frío.

––Creía que tenía algo que decir y he visto que soy una mierda. No voy a seguir escribiendo el guion de la entrevista. Me había ilusionado demasiado.

––¿Qué ha pasado?

––Tu padre es un buen profe, pero me rebate sin contemplación cualquier comentario que se me ocurra cuando analizamos un texto de algún autor relevante. Me hace sentir idiota.

––Es un maestro de su especialidad, la literatura es una obsesión para él. Pero te apoya para que prepares un buen guion y que lo remates con un buen relato sobre el resultado de tu tesis. Ese buen relato es lo que él espera de ti, quiere que te decantes por la literatura y no por la filosofía. Él dice que sin un pensamiento no hay literatura y ése es tu fuerte.

––Seguro que mis reflexiones son pura palabrería y me saldrá una historia de mierda. Mis sueños me han podido, lo sé, y me están llevando a la decepción.

––Cuando estaba deprimido ––Jorge no sabe cómo animarla–– y soltaba delante de mi abuelo que la vida era una mierda me contaba una sus historias: «¿Quieres saber lo que es una vida de mierda y cómo me sentía? Imagínate una calle solitaria y a las seis de la mañana, ése era el panorama que me esperaba cada día antes de ir a la escuela. Con un yugo del hombro y dos cubos pesados a ambos lados andaba con gran esfuerzo hasta un estercolero cercano para vaciar la mierda del día anterior de toda la familia. En casa no teníamos lavabo ni agua corriente. Créetelo, a pesar de ese panorama, me sentía bien por ayudar en casa. Me decía: la vida es trabajar, aunque trabajes cargando mierda.» Esto no se me olvida, y lo recuerdo cuando me deprimo.

––¡Los abuelos! ––Escéptica.

––Los abuelos ––dice él contrariado.

––¿Tú crees que estoy preparada para guionizar una entrevista a un señor que acaba de salir de la cárcel con la intención de intentar demostrar o desmontar con su historia una tesis que yo misma tengo dudas si la acabo de entender?

––Recuerda que tú habías estudiado a Michel Foucault con profusión y de ahí sacaste tu propuesta. Yo la voy a simplificar para animarte a que te mantengas firme, porque es muy interesante.  Más o menos sería, dime si me equivoco: cuando tomamos decisiones todos los humanos tenemos un poder en ese momento igual a la suma del poder de los que comparten esa iniciativa.

Ella se anima y continúa la disertación.

––Yo añadiría, si toma una iniciativa, sea un político, un mafioso o un vendedor de humo, lo que decida tiene la fuerza del grupo que la comparte. La correlación de fuerzas es una constante de la condición humana.

––Suena muy bien, aunque ahora no he entendido eso último; pero te digo, ¡a trabajar!

 

III

En una pequeña salita de estudio, Andrea, de veintidós años, y Jorge, de veintitrés años, están sentados en un sofá y trabajan en el guion cuyas páginas están esparcidas sobre una mesita baja.

Andrea vive con sus padres adoptivos. El estudio, además de los anaqueles con sus libros, está recargado de retratos y reproducciones de obras de grandes artistas de vanguardia. De Kandinsky a Chagall, de Bacon a Andy Warhol. Ella dice que cuando reflexiona le inspira más la pintura que la literatura o el cine. Mirar un cuadro de Francis Bacon te obliga a hacer mil preguntas y pocas certezas. Ella quiere mantenerse en la duda constante.

Ellos planifican la filmación de la entrevista a Ernesto, esa persona que acaba de salir de la cárcel, para un trabajo de la universidad. Ella escribe el guion como trabajo de filología y él, que estudia en la escuela de cine, filma la entrevista como ejercicio de la clase de dirección. Durante la sesión van ordenando las páginas sueltas del guion y haciendo anotaciones.

Suena el móvil de Andrea y nada más escuchar la primera frase se encoge de hombros y resopla rechazando lo que escucha.

––Que seamos amigas no… (…) Estás perdonada (…) ¿He dudado? (…) Lo que ha pasado en la clase es porque estoy muy tensa por un asunto (…) Subí el tono, pero sigo creyendo que Borges es un bluf (…) Ya te contaré lo que estoy preparando.

Se despiden y Jorge golpea en la mesa.

––Sabía que había pasado algo. ¿Le gritaste a mi padre?

Andrea coge una página del guion y la sacude en el aire.

––Hablemos del guion. Ernesto no aceptará preguntas comprometidas.

––Sí lo hará, él no le tiene miedo a nada, le gustan los retos. Mi padre me ha hablado mucho de él y es el mejor partido para garantizarte una historia interesante.

––Tú confías mucho en él, pero yo me temo que mañana nos vamos a llevar alguna sorpresa desagradable con ese tío.

––El único problema que yo veo es que su hermano Ricardo no está de acuerdo con que le entrevistemos en su casa… Según mi padre creo que se llevan a matar. Es que Ernesto fue acogido por su madre que también vive en la casa de Ricardo.

––Yo hubiese preferido entrevistar a un empresario o a un político… para el tema que vamos a tratar nos valía igual.

Jorge, muy enfadado, coge el guion, lo apila, y lo lanza con fuerza sobre la mesita.

Algunas hojas se deslizan y caen al suelo.

––Andrea, déjalo ya, joder ––subiendo el tono––. No puedo trabajar con esta inseguridad.

Silencio activo y caldeado.

Andrea recoge las hojas, las apila de nuevo y también las lanza contra la mesa.

––Jorge ––Andrea muestra una firmeza que sorprende––, si me vuelves a gritar lo mando todo a tomar por el culo.

––De acuerdo. Somos profesionales, como dices tú… y… y los profesionales también discuten y se cabrean, ¿no? Perdona.

––Perdona tú ––Andrea intenta recuperar la calma acompasando la respiración.

––¿Nos perdonamos follando? ––La tensión lo ha excitado.

Ella se esfuerza por mostrarse sensual, pero no lo consigue

––¿Tú no estás nervioso? Es un hombre mayor y… la cárcel lo habrá vuelto… ahora será un tío sádico… perverso y…

––Hay mucha gente que pasa por la cárcel y se convierte en una mejor persona. Son prejuicios tuyos.

––Delincuente, sádico, perverso, mayor, todo un personaje. Ahora tengo ganas de entrevistarlo ––Andrea tiene una subida de la dopamina.

––Haremos una obra maestra ––Jorge carraspea irónicamente antes acabar la frase.

––No me gusta esa broma, ya se nos está pasando el tiempo de ser maestros. Igual que un maestro de cualquier arte se imita a sí mismo cuando se agota su mensaje, los que no conseguimos nuestro sueño de jóvenes imitamos a los maestros.

Ella cree que la mejor obra de un creador es la que nace en la juventud. Cuando debaten sobre el arte ella repasa la historia según ese criterio: La mejor obra de Miguel Ángel es La piedad, y la realizó cuando tenía veinticuatro años; el poema inmortal de Neruda es Veinte poemas de amor y una canción desesperada, los escribió a los diecinueve años; Rimbaud escribe Una temporada en el infierno a los diecinueve años; Picasso pinta Ciencia y caridad a los quince años; Blowin’On the Wind la escribe Bob Dylan a los veintiún años. Tiene muchos modelos de jóvenes maestros, pero cuanto más busca más miedo le da que se le vaya la juventud.

 

IV

Jorge está dirigiendo, con sus tres compañeros del equipo, la filmación en el salón de una casa burguesa. Es la casa de Ricardo Sarabia, el hermano de Ernesto. Ricardo y su mujer, Asunta Manrique, son abogados y regentan un bufete.

Filman la entrevista a Ernesto. Ernesto está sentado en un butacón, viste de traje y en la corbata lleva un micro. Tiene la cara de mala noche y de mala leche. El equipo de trabajo está trajinando con los aparatos de filmación, focos, micros y demás. Ernesto observa a Jorge cómo da órdenes y dirige el cotarro, mira el reloj, se ajusta la corbata, está incómodo.

Andrea está ojeando el guion y haciendo anotaciones. Mira de cuando en cuando a Ernesto al que se le ve cada vez más desubicado y parece que está llegando al límite.

––Diga algo, señor Ernesto ––Jorge se pasa de autoritario––. Cualquier cosa… Diga: hoy es martes y estamos probando micros. Probando.

Ernesto se queda en silencio, contrariado, y no le sigue el juego. Jorge se da cuenta.

––No se enfade ––con tacto––. Preparar una filmación es un coñazo, pero todo saldrá perfecto.

Jorge le quita el guion a Andrea, se lo da a Ernesto y le marca una página cualquiera para que lea. Él lo coge de malos modos, lo cierra, y lo abre por otra página, la ojea unos segundos.

Ernesto lee para sí y luego lee en voz alta con tono de burla y levemente afeminado.

––«Como decía Faulkner, ¿cree usted que en la cárcel hay una jerarquía férrea y que cada preso se pasa la vida buscando su puesto en…»

La puerta de la cocina/comedor está abierta y da al salón que también tiene la puerta abierta. Ambas puertas están separadas por un pasillo que da a la puerta de la calle y a otras dependencias de la casa. Asunta, de unos cuarenta y cinco años, está con sus hijos Quin, de dieciocho e Isabel, de veinte años y la abuela, de setenta y siete años. Escuchan atentamente lo que pasa en el salón.

––No se ha grabado el sonido ––se escucha a Jorge desde el salón––. Vamos a probar de nuevo. Colocadle bien el micro.

––No me toques los huevos ––Ernesto sube el tono––. Si en la entrevista vuelvo a escuchar otra mierda de pregunta como ésta que acabo de leer, cojo todo lo que has montado aquí y te lo pongo en la puta calle.

Asun se incomoda al escucharlo, y sus hijos y la abuela la observan.

––Mi padre me dijo que usted sabe contar historias…

Sigue escuchándose en la cocina, ahora casi imperceptible, el diálogo tenso entre Jorge y Ernesto.

––Vuestro tío está muy cambiado ––Asun a sus hijos––y este follón de la entrevista lo está alterando mucho. Isabel, ve y pregúntale que si quiere tomar algo.

Asun señala una botella de whisky que hay en el aparador.

––¿Por qué yo, y por qué whisky?

––Porque el señorito está quedando como el culo delante de esa gente, y sólo tú ––Quin a Isabel––, cara bonita, lo puede rescatar, ¿no, mamá?; y porque sin una copa no creo que pueda seguir.

Asun se queda paralizada, cierra los ojos y respira hondo.

La abuela la mira intrigada, cavilando por qué ese interés de Asun por cuidar la imagen de Ernesto. Asun abre los ojos y su mirada impacta con la de la abuela. La abuela ha leído algo más allá que la preocupación de Asun por su hijo Ernesto.

En el salón Ernesto está alterado y no acepta órdenes.

––Si acepté esta mierda de entrevista ––A Jorge–– fue porque me lo pediste en nombre de tu padre y… no sé… sí sé, fuimos amigos desde la infancia. Pero no voy a tolerar que la palabra cárcel aparezca en esta puta… ––Hojeando el guion, a Jorge–– ¿Tú has escrito esta mierda?

Andrea se duele, pero reacciona con firmeza y lo corta.

––He sido yo y no es una mierda ––dice Andrea muy segura.

––¿Y tú quién eres? ¿La intelectual del grupo? ––La mira de arriba abajo con descaro––. Además de guapa, sabihonda.

––Jorge y yo somos… Ya salió el tema ––A Jorge––. Te lo dije.

––Esto es un trabajo en equipo y ella ha escrito el guion y es muy buena…

Ernesto vuelve a mirar a Andrea de arriba abajo.

––Ya, ya entiendo ––irónico y mordaz––. Sois un equipo, un tándem. Y tú eres el juguete…

––Seguimos, que se nos va el tiempo de rodaje ––Jorge intenta cortar con contundencia la situación.

––Y tu padre, ¿cómo está? ––A Jorge, sin contemplación–– No, no me lo digas, porque quizás si está mal a lo mejor hasta me alegro.

Andrea le habla aparte a Jorge.

––¿Es que vas a aguantar más al tío borde ése? Yo me largo.

Ernesto sigue ojeando el guion de la entrevista y reacciona con muecas de desagrado a cada cosa que lee.

Jorge aparta a Andrea y le habla bajo, pero con vehemencia.

––No me jodas, tía. Improvisa las preguntas. Hay que aprovechar el momento y tú sabes hacerlo. Andrea, coño… ––Apretando los dientes.

––Esto no se puede improvisar. ¿Es que no te acuerdas de las agarradas que tuvimos para consensuar el objetivo de la entrevista?

––Ya no me interesa ningún objetivo ––Jorge cierra el puño––. Es un cabrón y hay que machacarlo.

––O sea que te ha dolido lo que ha dicho de tu padre y ahora a machacarlo. Esto no es profesional, Jorge. Vas a joder el trabajo.

––Me da igual.

Jorge se aparta de Andrea sin dejar de mirarla con firmeza, pero resignado. Se acerca a Ernesto.

––Lo siento, Ernesto, tendremos que aplazar la entrevista para rehacer el guion.

––Pero qué coño es esto. Ya, ya veo, me teníais preparada una encerrona y os he jodido el montaje, ¿no? Pon la puta cámara en marcha que voy a largar lo que a mí me salga de los cojones. Ni entrevista ni hostias ––Lanza el libreto––. Este guion es una mierda…

En la cocina Asun no aguanta más y sube el tono para hacerle una llamada a sus hijos.

––Hijos, nos vamos a ir al estudio y no vamos a escuchar más insolencias. Abuela no…, nada, es igual.

––¿No decías que era muy interesante para todos escuchar… ––dice Isabel.

––…este coñazo de entrevista? ––continúa Quin

Asun, Quin e Isabel salen de la cocina.

La abuela se queda triste y sola.

––Adiós ––dice a nadie.

A la abuela le da un mareo, se tambalea y, temblorosa, saca un frasco de pastillas y se toma una.

Asun, Isabel y Quin atraviesan el salón, van hacia la puerta de enfrente que da a las habitaciones y al estudio, todos los siguen con la mirada y luego cada uno va a lo suyo, menos Andrea, que tiene el guion en la mano, deja de leerlo y se queda intrigada. Luego da de cabeza como si intuyera algo.

––Disculpadnos ––dice Asun mirando a Ernesto.

Ernesto hace el amago de dirigirse a Asun con una actitud amable, Asun frunce los labios para que se corte y él le hace un guiño; y los tres salen del salón.

Andrea observa la escena, sonríe y mira a Ernesto.

Él cruza la mirada con ella y se incomoda porque sabe que ha visto la escena. Ella le lanza una sonrisa cómplice y él se la devuelve con un leve gesto de seductor que hace mella en Andrea. Sus miradas férvidas cambian la atmósfera del salón.

Ella se queda prendada, suspira, se recompone y reacciona desconcertada por si la ha visto alguien. Luego cavila y, decidida, se dirige a Jorge, que está preparando de nuevo con el equipo la intervención en solitario de Ernesto.

––Jorge ––Andrea con más pasión de la necesaria––, sí haré la entrevista. ¿Tú no querías que improvisara?

––Pero él no quiere que le hagan preguntas. Déjalo que largue lo que quiera. Andrea, que nos va a joder y no vamos a tener material para el trabajo; ¿qué te pasa?

––Déjame a mí. Me hago responsable de todo lo que pase a partir de ahora.

Jorge se dirige al equipo, le da un micro a Andrea y todos se ponen en marcha.

––¿Preparados?

Aparte a Andrea.

––Haz que hable de la cárcel como sea o la hemos jodido.

Al equipo.

––¡Grabando!

Andrea va hacia Ernesto y se sienta delante. Con la mirada desafiante comienza a preguntar. Ernesto le aguanta la mirada.

––Señor Ernesto Sarabia ––muy segura––, ¿cree usted que una persona que ha estado tanto tiempo fuera de circulación se puede volver a enamorar?

Ernesto se revuelve en la butaca y contesta a pesar de estar incómodo.

 

V

En su estudio, Andrea y Jorge están delante de un ordenador y editan la entrevista a Ernesto. Además de la entrevista en el salón de la casa de Ricardo también tienen registrados momentos con Ernesto en diferentes puntos de la ciudad. Ajustan las imágenes de la filmación en un programa de montaje.

Andrea presiente que este primer día de trabajo ha sido el principio de una historia interminable que va a convertir en drama cada recuerdo. Las miradas nuevas, los silencios nuevos, son miradas y silencios ante un pasado insondable que se está avivando en esa casa. Intentar escribir sobre el pasado de Ernesto mientras éste influye en las reacciones que suceden en su entorno, es bajar a los infiernos con los personajes.

Andrea inicia la filmación.

––Andrea (filmación) Señor Ernesto Sarabia, ¿cree usted que una persona que ha estado tanto tiempo fuera de circulación se puede volver a enamorar?

––Ernesto (filmación) Yo creo que uno se enamora una vez en la vida y ya no vuelve a enamorarse nunca más, esté donde esté y venga de donde venga. Esto también lo dijo William Faulkner.

––Andrea (filmación) Faulkner era un maestro analizando la condición humana.

Andrea para la grabación, sabe la respuesta que sigue y no quiere volver a escucharla.

––Esto lo cortamos. El muy cabrón me dejó en ridículo.

––Pero si esto es un argumento a favor de tu tesis. Lo vuestro es pura lucha de poder.

 

Sigue la filmación.

––Ernesto (filmación) Coño, ¿tú te lo crees todo? Así vamos mal, chavala. Corta todo lo que acabo de decir ––a Jorge–– y dile a ésta que no me haga preguntas de adolescente.

Ernesto intenta levantarse, pero se contiene. La mira y le atrapa su sensualidad.

––¿Si uno está todo el día amargado ––Andrea remarca con un tono seráfico, casi sumiso–– y peleado con el mundo, alguien puede llegar a quererle?

––Si quieres que siga ––A Jorge–– haz que esta tía se entere de que no soy un adolescente.

Andrea para la filmación.

––Esto es una mierda, Jorge. Yo no sé lo que digo y él quiere romperme la cara.

––Algo de esto hay que salvar. Es espontáneo, es rico. Sois dos fieras que luchan entre sí. Esto es bueno, buenísimo.

Tocan a la puerta.

Andrea va a abrir.

Es la madre adoptiva de Andrea que trae algo para beber. Deja una bandeja con las bebidas sobre la mesita de centro.

––Os dejo esto y no molesto más.

––Mamá ––con ternura––, estamos trabajando.

Cuando la madre vuelve hacia la puerta se gira y se queda mirando la pantalla del ordenador. Ve a Ernesto en una imagen fija y reacciona con desazón. Luego mira a la pareja, da de cabeza y se va muy preocupada. Cierra la puerta lentamente, como si quisiera volver para prevenirles sobre ese hombre.

––Lo bueno no se grabó, Jorge.

––Sí ––Irónico y burlón––, creo que me perdí muchas cosas, ya lo veo. Esa mirada suya y ese tonito tuyo: «¿Si uno está todo el día amargado y peleado con el mundo, alguien puede llegar a quererle?»

––Es que no te enteras. ¿No viste la cara de Asun cuando atravesaba el salón y miraba a Ernesto?, ahí hay historia.

––¿Qué historia?

––La historia que debe de estar pasando dentro de esa familia. El tío ése tiene mala intención y va a hacer saltar a la familia y hay que anticiparse y…

––Pues vete ––alterado––, te metes debajo de sus camas, los grabas y ya me dirás para qué sirve ese material.

Andrea ha optado por una ruta diferente en la historia de Ernesto, se interesa por el presente y las consecuencias de su presencia en la estabilidad de la familia. En cambio, Jorge sigue creyendo que trabajan con el objetivo de analizar las relaciones de poder en situaciones extremas como la cárcel.

 

VI

Andrea y su amiga de la universidad quedan en una cafetería del centro. Es media mañana de un sábado de final del invierno. El deseo de sol y de buen tiempo hace que la gente que pasea y disfruta de las terrazas se sienta cómoda y aparentemente feliz. Es un buen momento para la creación y para empezar nuevos proyectos. Andrea llega mucho antes de la hora concertada y elige una mesa soleada. Necesita estar sola para recuperar fuerzas que le ayuden a seguir el trabajo de contar la historia de un expresidiario que conoce muy bien las relaciones de poder entre las personas recluidas a la fuerza. En la cárcel debe de ser muy difícil no ser sometido por algún patrón o no dominar a otros presos. El contacto con Ernesto le ha provocado una confusión y teme que pueda estar viviendo la confirmación de su tesis antes de acabar el trabajo: presiente que Ernesto no sólo puede llevar al caos a la familia Sarabia/Manrique, sino que ella también puede ser víctima de su poder. Si el amor, la pasión, el sexo se cruza entre ellos, como intuye, los puede llevar a la tragedia. Se repite que no va a tener la más mínima flaqueza con Ernesto. Sabe que la gente que lleva una vida extrema fascina, pero ella no va a caer, porque su objetivo en la vida es no dejarse someter por nadie. Saca su móvil para cortar este bucle de pensamientos ominosos y navega por la vida y la obra de Jorge Luís Borges. Denostaba a Borges porque, según su criterio, le parece que escribe creyéndose un mito de la literatura e inspirado por los dioses. Ella llega a decir que su literatura es puro autopsicoanálisis. Y esta opinión ha herido a su amiga y a Roberto, su profesor. Quiere recuperarlos sinceramente. Repasa sus poemas y se para en uno que le impresiona y lo memoriza, El remordimiento:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

 

Este baño de humildad y belleza hace que Andrea comience a ver que su análisis primero estaba cargado de prejuicios. Veía a Borges por encima del bien y el mal y la lectura de su obra se resentía por esa mirada distorsionada.

Ada, la amiga de Andrea, se acerca por detrás y le tapa los ojos. Se acaban cogiendo las manos y, desde detrás, Ada le da dos besos en el cuello. Cuando están de frente Andrea le devuelve un abrazo sentido a su amiga.

––Te pedí que quedáramos para pedirte perdón por mi reacción desmedida contigo y con el profe, pero ya veo que me has perdonado. Esos dos besos los he sentido.

––Y yo he venido porque después de una crisis se vuelve una más sincera. Tú te dejas querer cuando te enfadas y esos dos besos van más allá de una prueba para recuperar nuestra amistad.

––¿Qué te pasa?, nunca te había visto tan misteriosa ––Andrea se pone recia––. No me gustan las intrigas.

Ada comienza a llorar y Andrea se desconcierta. Había quedado para conseguir la tranquilidad que necesita para su trabajo y ha caído en el desvarío de adivinar qué le pasa a su amiga.

––Cuando salíamos nos tomábamos unas cervezas y no pasábamos de ahí; para ti lo primero eran los estudios y te cuidabas, sólo querías que tus padres se sintieran orgullosos y te veía feliz; pero yo estaba viviendo un drama en casa y otro aquí dentro, y, sin que tú lo supieras, me metía y me meto todo tipo de ansiolíticos y otras mierdas para intentar superarlo.

––Nunca te he visto deprimida ni triste. Lo que te pasara lo has sabido llevar muy bien.

––Quiero ser directa. Mi madre se la pegaba a mi padre desde que yo era pequeña. Me acompañaba a la escuela de música y aprovechaba la espera para quedar con un profesor de violín. Yo sabía lo que pasaba porque todo el mundo en la escuela lo sabía, pero no me atrevía a decírselo a mi padre porque no quería perderlos. Desde pequeña dejé de creer en la pareja y pensaba que lo que me pasaba era por esa mala experiencia familiar, pero descubrí que no podía amar a un hombre y… Mi deseo de otra mujer debió de estar siempre ahí, aunque no me atrevía a mostrarlo porque no comprendía lo que me pasaba. Pero repasando nuestra relación recuerdo que cuando yo decía que te admiraba y te adoraba sentía algo más que amistad y, ahora veo, que era amor. Perdona por esta confesión.

Andrea se queda sin palabras y abre su móvil en la pantalla de los poemas de Borges y relee los poemas de amor.

 ––Mientras te esperaba leía a Borges porque quería recuperarlo para compartir contigo mi reencuentro con ese maestro. Entre los poemas de amor he encontrado estos versos que me ayudan a entenderte y salir del pasmo que me ha entrado al escucharte: 

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.  

Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Sólo entiendo la poesía si responde a preguntas o define nuestro estado emocional. Ahora, hablando de nosotras, no quiero ser tu dolor, no te obsesiones conmigo, por favor; yo creo que la amistad puede ser eterna, en cambio el amor es tan efímero que no me gustaría perderte.

––Te agradezco que me hayas escuchado con tanto respeto y, sólo espero, que guardar este segundo secreto no me lleve a la desgracia.

––Eso me suena a chantaje ––Andrea se pone tensa–– y, puedes constatar, que ésta sería la primera prueba de que nuestro nuevo futuro será incierto.