La creación artística sólo se convierte en necesidad si la ciudadanía ha sido educada en el hábito de la lectura, en el disfrute de la música y las artes, en el visionado del buen cine. Es decir, los productos que crean los artistas no tienen un mercado si no hay una preparación previa para consumirlos. Por lo tanto, la cultura necesita un presupuesto que vaya más allá de la formación de profesionales, del apoyo a la producción artística y las infraestructuras. No podemos decir que el ciudadano no lee, no va al teatro…, no. La incultura no es una opción, hay que superarla con el máximo de apoyo a la ciudadanía para que convierta en hábito el disfrute cultural.

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     La premisa es que, desde muy temprana edad, la cultura se comienza a transmitir a través de  la educación y la familia,  pero sólo  consiguen  habituarse a la lectura, o disfrutar del teatro, la música, o el cine, las personas que tienen la suerte de encontrar enseñantes entusiastas o viven en una familia culta. Para evitar que sea la suerte la que marque nuestra relación con la cultura la propuesta sería:

     a) Formar especialistas en hábitos culturales cuya única función sea transmitir a los/as alumnos/as, entre 6 y 18 años, el entusiasmo por la cultura e incorporar a estos/as profesionales al sistema educativo. Aplicarían un currículum propio y tendrían un horario propio; nunca sería un taller de animación cultural. Su currículum complementaría otras materias (literatura, historia, filosofía, etc.).

     b) Este proyecto necesitaría también una inversión en: 1- adquisición de los libros de lectura, que pasan a ser de uso y disfrute de los/as alumnos/as. El especialista acompañaría la lectura con una metodología adecuada para evitar el rechazo; 2- facilitar entradas para el teatro y el cine a precios muy reducidos y 3- visitas culturales gratuitas (museos, exposiciones, conciertos, etc.).

     

     Esta propuesta debería estar incluida en el ministerio de ciencia e inovación. El tanteo experimental sería uno de los recursos técnicos utilizados por el especialista para ir consolidando los nuevos hábitos y costumbres en el mundo de la cultura y, por ello, la valoración de los resultados no sería académica (notas), sino científica: número de lectores, de espectadores y de creadores alcanzados en un período determinado, y cuánto ha incidido en la mejora de la oferta cultural.   

         

     En los ochenta se creó un proyecto pedagógico que pretendía introducir la filosofía en la primaria y secundaria; se llamaba Filosofía 6/18. Su autor fue el filósofo americano, Matthew Lipman (1923-2010). El objetivo básico del proyecto era: “Desarrollar las destrezas de razonamiento de los niños y niñas. Mediante la lectura de materiales, el diálogo y la reflexión sobre temas como la verdad, la justicia o el amor se van desarrollando las destrezas de razonamiento que no sólo facilitarán al alumno la adquisición de conocimiento en otras materias, sino que también le aportarán unas herramientas básicas para su vida cotidiana.”  Este proyecto, en el que yo tuve la suerte de participar, se debilitó porque los profesores tenían que practicar las técnicas de la pedagogía activa para aplicarlo (no notas), y no es tan fácil; además, al profesorado puede que no le convenga abandonar las metodologías tradicionales si la sociedad sólo le exige las notas de los/as alumnos/as. Cada clase era una experiencia acabada. Los/as alumnos/as no tenían que acumular conocimientos. Por eso, en mi propuesta, remarco que sean especialistas los que impartan la promoción cultural, para no exigir al resto del profesorado un cambio metodológico. 

     

     Desde la antigüedad, el consumo de cultura era una marca  de grandeza, se supone que para los estamentos y clases sociales minoritarias que la financiaban. Sin embargo, los artistas, escritores y pensadores de cada momento generaban ideas que trascendían a  sus  “amos”. Los artistas y creadores, al ser notarios de su época, desvelaban la realidad que era susceptible de ser cambiada o mejorada; y es así por lo que la clase social que recibía esta influencia de los creadores, artistas y pensadores conseguía una mejora del pensamiento y, a su vez, mejoraban sus sociedades hasta producir cambios espectaculares. Pensemos en los momentos de máxima creación en el antiguo Egipto, Grecia, Roma, en la Italia renacentista, en la Inglaterra del S. XVI,  en el Siglo de Oro español, en la Francia prerrevolucionaria, en la Rusia prerrevolucionaria. Todos esos momentos, de gran producción artística y de ideas, crearon un poso cultural que provocó grandes cambios del pensamiento y, por ende, de la sociedad.     

     Todas estas épocas de grandeza cultural tuvieron su decadencia cuando fracasaban las economías de las que dependían. La democracia, la libertad, la justicia,  los derechos civiles, tal como las entendemos actualmente, llegaron porque la cultura de siglos dejó pautas para una mejora social que fueron calando en los soñadores e idealista que lucharon para hacerlas realidad. Llegaron las revoluciones y los movimientos sociales. Hasta llegar al siglo veinte que se democratiza la cultura y gran parte de la humanidad.

     

     Creo que la dialéctica de la cultura fue la anticipación de la dialéctica de los hechos, porque antes hay que forjar los ideales para que la sociedad pueda actuar para conseguirlos.