Ya de muy joven comencé a escribir literatura  comprometida  como mi forma de lucha contra la injusticia y la represión. Era una literatura al borde de la demagogia, cuando no totalmente demagógica. Recuerdo una frase con la que, con veinticinco años, definía el capitalismo, decía solemnemente: el capitalismo es una fuerza que nos invita a competir para luego derrotarnos. No se puede hacer literatura con frases como ésa; sacas al lector del texto porque presiente que le estás adoctrinando. Desempolvo estos dogmas porque con los años se pierde el pudor y ya no me importa el qué dirán.

     Muy pronto comencé a darme cuenta que la actualidad política era demasiado cambiante para hacer literatura; a veces tenía que renegar o arrepentirme de los argumentos que defendía ayer porque hoy la realidad se había virado.

     Mis primeros escritos, en los setenta y poco, eran reivindicativos, como mi primera obra de teatro, que fue una adaptación teatral de Hojas de hierba de Walt  Whitman (sobre los derechos humanos). Luego siguieron otras obras de teatro como El descoleccionador (sobre el consumo), Mi desierto (sobre las falsificaciones de la historia), La vida privada de Oliverio VIII (sobre la guerra) y, a principio de los noventas escribí, Mai més*, Nunca más en castellano (sobre las consecuencias del nacionalismo exacerbado en la juventud).  Esta obra no sólo hablaba de la actualidad política del momento, sino que era beligerante. La estrené en el noventa y tres y, a partir de ahí, debí sentir…,  y comencé a escribir sólo sobre la condición humana.

     Ya hace unos veinte y pocos años que comprender el comportamiento humano es mi único objetivo. Es decir, hablar del impacto que tiene sobre el individuo nuestra forma de vida occidental. Los personajes de las historias que cuento abarcan desde  individuos que luchan por alcanzar el poder y la riqueza hasta individuos que caen en la soledad más absoluta. No hago crítica social, sólo narro las motivaciones y las consecuencias de sus comportamientos. He llegado tan lejos en la búsqueda de la verdad, que no utilizo metáforas en las descripciones, porque creo que distorsionan la imagen de los personajes.

     Desde que asumí esta nueva forma de escribir no he podido parar de trabajar porque en mis historias  no cabe la revisión ni el análisis político, que es lo que me frenaba y me hacía caer constantemente en la contradicción. Buscar en todo momento lo políticamente correcto era una tortura. Los personajes ahora tienen vida propia; no son estereotipos o arquetipos creados para ilustrar un pensamiento, son como son, complejos e imprevisibles porque se alimentan del inconsciente colectivo y se mueven por impulsos y sensaciones. Es un placer construirlos y también descubrirlos.

  Lluis_Llach-Un_Pont_De_Mar_Blava-Frontal

          A partir de esta nueva forma de escribir también me empecé a preocupar por el espacio en el que se movían los personajes y llegué a la conclusión de que no necesitaban fronteras. En mis nueve guiones de largometraje y mis dos novelas (la segunda ya está en manos de mis amigos y del agente, que me ayudan a pulir la historia y saldrá en breve) no aparece ningún nombre de ningún lugar concreto;  hablo de ciudades del centro, del norte, de la periferia, de calles sin nombre, y otros espacios propios de todos los lugares que tienen nuestra misma forma de vida. El amor, la pasión, la solidaridad, la traición, la grandeza, el mal, los sueños rotos, el liderazgo, el valor, el sexo, la felicidad, la muerte, el odio; hay tantos temas que no necesitan ser localizados.

     

    He conseguido desterrar la demagogia, las metáforas y las fronteras de mis escritos.

    

    En este momento escribo desde el Noreste convulso, pero no afecta a mi obra, al contrario, me sirve para descubrir nuevos personajes, nuevas reacciones humanas que no conocía. Este lugar y este momento es una fuente de conocimiento profundo del  comportamiento humano. Me siento como un reportero neutral intentando ser objetivo para poder explorar en todos los frentes. Hasta cuando leo la prensa, y no paro de leerla, y de todas las líneas editoriales, no me interesa las propuestas políticas, sólo me interesa el comportamiento y el estado psicológico de las personas personajes que son protagonistas en cada momento. En las situaciones extremas surge lo mejor y lo peor de las personas personajes.

    No me imagino escribiendo en un lugar paradisíaco del Oeste.

     * Mai més, 1993, mi última obra reivindicativa, trata de una joven estudiante  independentista que se enamora de Jaime,  un joven de Burgos. Llegué a escribir esto:

                       

Siempre hay alguien dispuesto a sacrificar la libertad por la patria, por la bolsa o por la inversión extrajera, hostias, hostias, hostias… Yo te quería papá. Pensaba que eras un valiente.

(se asusta ante su propia frase)

¿Qué he dicho? ¿Esto no se puede borrar? Papa, lo siento, pero me da mucha rabia pensar que yo creía una cosa y ahora es otra. Yo creía, entre otras cosas, ser ciudadana del mundo cuando pasaba “el pont de mar blava” hacia Túnez, Turquía… Nunca llegaba hasta  Murcia o hasta Cádiz, pero bueno… También me sentía revolucionaria cuando gritaba en los conciertos: “boti, boti, boti, espanyol el que no boti”. Era perfecta: revolucionaria y ciudadana del mundo. No se puede pedir más. ¿Y tú estabas orgulloso de tener una hija revolucionaria y ciudadana del mundo? Qué fraude.

     Si a alguien le interesa descubrir las contradicciones a las que lleva la demagogia puede clicar Mai més y leer la obra completa.