Próximamente será editada mi primera novela y me gustaría compartir un capítulo que se puede seguir sin conocer la historia:

Una joven, que dedicaba su tiempo a una ONG que ayuda a migrantes, sufre una agresión machista y le produce un traumatismo craneoencefálico que le hace perder la memoria. El capítulo narra el momento en el que la joven abandona el hospital. Ella es hija del inspector  Lucas Séguin, el protagonista de la novela.

(Los capítulos llevan títulos de términos musicales asociados a lo que ocurre).

 

XXIV

Airoso

 

Linda se prepara para dejar el hospital. Va vestida de calle. Ya ha recogido sus cosas y está sentada junto a Satir en el borde de la cama. En silencio.

-Parecemos dos refugiados -arranca ella con ironía para superar la tensión del reencuentro- esperando a que nos deporten.

-¿Qué sentiste al verme?

-Me falla la memoria, pero no conozco muchos negros a los que recordar. Me cuentan las enfermeras que cuando estaba jodida siempre preguntaba por ti. Hoy me siento bien, perdona mis bromas. Tú estás muy serio.

-¿Recuerdas quién te hizo daño?

-No, todavía no. Déjalo, Satir, dime cosas de ti.

-¿Por qué confías en mí? A lo mejor pude ser yo.

-Ahora eres tú el que estás de bromas.

Satir saca el móvil de Linda con su funda recargada de espirales blancas sobre fondo negro.

-Éste es tu móvil, ¿por qué está en mis manos?

Linda no puede pensar con claridad  y sufre ante cualquier pregunta.

-No me asustes.

Satir cree, equivocadamente, que si la pone en situaciones donde ella tenga que hacer un esfuerzo para recordar, le ayudará a curarse. Al contrario, ella se pone tan tensa que él acaba contándole la verdad.

-Aquella noche que ninguno olvidamos, no te acuerdas de nada, ¿verdad?, esa noche que te fuiste sin decir ni adiós, te escuché hablar por el móvil muy alterada, tanto que lo lanzaste y fue a parar a mi cama.

Satir le devuelve el móvil y ella lo mira como un objeto extraño. No reconoce que es su móvil, en cambio sí sabe manipularlo perfectamente.

-Y escuchaste lo que hablaba.

-No. No te dije nada porque quería esperar a que estuvieras bien, esperar a que volvieras, pero pasó lo que… yo podía haber salido a buscarte y ahora no estarías aquí…

Él se emociona al sentirse culpable y ella lo abraza.

-No pasa nada, Satir. Aquí nadie tiene la culpa de nada.

-No le he dado el móvil a la policía para que no sepan nada de ti que tú no quieras contarles.

-Gracias, amigo. Déjame mirar de quién fue esa última llamada.

Linda mira el registro de llamadas.

-Oh, fui yo la que hizo la última llamada –no sale de su asombro-, y hablaba con mi madre. Dios, me gustaría saber de qué hablábamos.

 

En la sala de espera del hospital está el comisario y la madre de Linda charlando.

-La desgracia de mi niña me ha hecho ver lo importante que es la familia y lo fácil que es renegar de ella. Yo he destrozado a mi familia en dos ocasiones, esta vez seré yo la última en abandonar el barco –Flora lo exterioriza con ciertas reservas para no gafar la afirmación que le ha salido del alma.

El comisario se siente incómodo con las confesiones de Flora y quiere mantenerse frío.

-¿Ella quiere estar con usted o volverá al refugio?

Él nota que Flora se ha roto al escucharlo e intenta consolarla, pero sólo puede mascullar las expresiones tópicas: “No pasa nada”, “Ya verá que todo sale bien”, y carraspeos y chasquidos de aparente dolor.

-¿Usted cree que volverá con… con sus amigos? –parece que Flora le preguntara a un pitoniso- No había pensado en ello. ¿Ha visto cómo quiere a ese joven negro que está con ella ahora?

-Lo abrazaba como a un hermano.

-¿Un hermano, usted cree?

-Creo que muchos jóvenes se refugian en los refugios, perdonando la redundancia,  buscando la familia que no han tenido.

-Ya veo que es usted de los que miran –Flora explora con afecto el rostro del comisario y revive el reencuentro tan frío que tuvo con Lucas.

-¿Cómo dice?

-Nada, gracias por intentar animarme –con ironía fina-. Usted sí que sabe decir lo que a una le gustaría escuchar.

-Le pediré al doctor que le aconseje a Linda que la convalecencia la debe pasar en su casa y bajo la supervisión de una persona como usted tan…

-No –ella se siente presionada y sube el tono-, si yo no sé ganármela con mis recursos es que la he perdido para siempre.

 

Linda y Satir salen de la habitación y se dirigen a la sala de espera.

El comisario los ve venir y se despide de Flora para dejarlas solas.

En la puerta de la sala de espera el comisario que sale, y Satir, que quiere entrar, se cruzan, y éste le pide al joven con un gesto amable si lo puede acompañar. Los dos se alejan por el largo pasillo y Satir se gira y ve que Linda se ha quedado paralizada en la puerta de la sala de espera. Ella lo mira como en una despedida y está tentada de seguirlo.

Flora se levanta de su asiento y su hija se vuelve hacia ella, como un acto reflejo, y la ve indefensa y acabada. Se ha convertido en  poca cosa.

Fraguar la reconciliación de aquellos dos seres, con sus historias encontradas y sus odios inclasificables, parece imposible. Ambas se mantienen inmóviles como si rebuscaran, en lo más profundo de sus existencias, una pizca de amor para la otra o un simple reflejo de que alguna vez se perdonaron algo.

-¿Te irás con ellos? –Flora balbucea muy asustada.

Linda se acerca a su madre y le coge la mano. Linda ha elegido la paz.

-Mis recuerdos todavía son un poco confusos y necesito a alguien que me ayude a poner orden en mi pasado.

Flora se emociona y le pide a su hija si la puede abrazar, y ambas se funden en un abrazo claro, sincero y comprometido. Las dos se sientan y permanecen unos segundos en silencio con las manos cogidas, y sin mirarse a los ojos.

Linda saca su móvil y busca el registro de llamadas.

-De qué hablamos el día… –mira la fecha de la llamada- el día seis de marzo. ¿Cuánto hace?

-El seis de marzo. Hace unos días. Era el día de tu cumpleaños –duda si seguir con el tema-. Veinticinco años, parece que fue ayer.

-¿Tienes algo que decir de esa llamada, mamá? –Linda se ha puesto tensa y utiliza el sarcasmo como arma.

-Te prometo que no voy a aprovechar tu estado para mentirte. Te diré toda verdad aunque te vuelva a perder.

-¿Por qué motivo te llamé y cuánto tiempo hacía que no habíamos hablado?

-Hacía casi diez años que no hablábamos y esa noche…

-¿Era de noche? Era de noche –se repite para fijar la historia que le contará su madre.

-Yo bebo, Linda. Soy alcohólica, y esa noche el alcohol no había ahogado mis penas del todo y descargué… –se para y recuerda el reencuentro con el padre de Linda cuando él le hablaba de las distintas clases de odios- y descargué toda mi colección de odios contra ti.

-¿Qué quieres decir con lo de tu colección de odios?

-Un día, poco antes de esa llamada tuya, tu padre fue a visitarme a casa de tu tía Pura, después de más de veinte años; estaba muy pesado, me hablaba de que yo tenía los odios clasificados: el odio que se suponía que tú me debías de tener lo llamaba el odio de no me quieras tanto, o no sé qué; mi odio hacia él, decía, era un odio en formol, el odio de yo soy la buena y tú tienes la culpa de todo; bueno, y así, no paraba, y  por eso me vino a la cabeza lo de mi  colección de odios.

-¿Y cuál era tu odio hacia mí?

-Esa noche legué a decirte ojalá te mueras. Era un odio de matar, Linda.

-Según Satir, esa noche de la llamada lancé el móvil y salí del refugio enrabietada y ya no volvieron a saber de mí hasta que  me encontraron medio muerta y lo pusieron por la tele.

-Amor –Flora se humilla hasta desgarrarse-, ¿quieres decir que por mi culpa pasó todo?

-Fuera quien fuera el que me hizo daño, no estaría esperando tu llamada para… –ella se queda parada y parece que recordara algo-. Me vino una sombra, pero nada. Todo fueron casualidades, creo yo. Sólo tiene la culpa quien me hizo daño.

-No, yo te hice mucho daño esa noche y a lo mejor saliste sin control a la carretera y te atropellaron y te llevaron a ese lugar para ocultar su delito.

-Mamá, no necesitas sentirte culpable para conseguir que te perdone. Lo que haga lo haré porque lo siento.

La madre y la hija se están ejercitando en un nuevo lenguaje. Después de odiarse tanto,  entenderse será una tarea difícil.  Cada palabra que cada una diga tiene que traducirse a la nueva lengua de la reconciliación hasta que llegue el diálogo fluido y quererse sea lo común. Si una dice “Me siento a gusto a tu lado”, la otra puede responder “Hasta que te diga lo que pienso”. Y así pueden seguir y caer en el cansancio destructivo, o puede que convivan sin llegar a entenderse por el nuevo sentimiento que ha surgido entre ellas de la necesidad mutua (¿eso de convivir por necesidad mutua es nuevo o eterno?), o, quizás, la voluntad que cada una ponga les hará disfrutar de una nueva etapa de convivencia sincera. Hasta aquí sentir a la otra (pathos) no es la cualidad dominante en el diálogo entre Flora y Linda.

 

Flora está tendiendo la ropa en la azotea de la casa de la periferia de la tía Pura. Linda está apoyada en el pretil y otea el horizonte dominado por los perfiles de formas imposibles de la gran ciudad del centro, parece que los grandes edificios flotaran en el éter.

-¿Mamá, yo subía a la azotea cuando vivíamos aquí? Me siento muy rara porque, después de lo que me pasó, cuando vuelvo a los lugares donde había estado antes me van viniendo flashes del pasado, y de esta azotea no recuerdo nada. Es como si fuera la primera vez que estoy aquí.

-No te preocupes, ya me gustaría a mí que me pasara lo mismo que a ti; aunque me cuesta mucho, estoy aprendiendo a mirar el mundo de nuevo. Me esfuerzo para sentir cada minuto como si fuera la primera vez, como tú.

-¿Una puede decidir olvidar el pasado cuando quiera? ¿Tú puedes?

-No –medita unos segundos-. Pero sí puedes corregir el pasado. La mayoría de las decisiones que he tomado en la vida las he tomado sin tener conciencia de lo que hacía, y he hecho demasiado daño, ahora quiero recordarlas para superarlas haciendo las cosas como debí hacerlas la primera vez.

-¿Tú antes hablabas así?

-¿Así, cómo?

-Me emociona tu sinceridad para expresarte cuando cuentas lo que sientes.

-No, qué va, yo siempre he sido una taruga, eres tú, que  has despertado en mí esa parte sensible que no sabía que tenía.

-No sigas por ahí, me molesta la gente empalagosa y aduladora, es como si me estuvieran mintiendo. Habla de ti y no de mí.

A Flora le duele la dureza de la reacción de su hija y tiene un vahído y se agarra de la liña de la ropa para no caer. Cuando se recupera, y vuelve a la normalidad, y con mucha precaución para no alterar a Linda,  le susurra  una frase muy modulada desde detrás de una sábana blanca y reluciente.

-Hace cinco días que no pruebo el alcohol, Linda.

-¿Eso es mucho? –Linda no percibe el alcance del sufrimiento de su madre.

-Para una bebedora es una eternidad.

Flora sigue con su tarea de tender la ropa y disfruta mirando, por entre las piezas que ondean llevadas por la brisa, cómo su hija deja volar la imaginación y va mostrando a lapsos expresiones de felicidad.

-¿Cómo fue aquel último encuentro que tuviste con papá? –Linda habla sin dejar de avizorar el paisaje.

-¡Ah, sí!, el día que me habló de aquella chorrada de los odios y de los que miran o dejan de mirar a los demás y de… –Flora comienza con el entusiasmo grosero de su etapa inconsciente y alcohólica, y enseguida se retrae y vuelve al habla de las emociones (pathos) con el que ha conseguido la paz con Linda-; ahora sé que aquellas palabras no eran chorradas, tu padre no dice tonterías, es que las dice cuando no toca… -se conmueve y suspira-, cuando me dijo “Quiero recuperar a Linda y creo que va a ser lo último que haga en esta vida”, casi lo mandé a la mierda, pero ahora lloro por él.

-¿Dónde estará en este momento?

-Lo llamo y no me contesta, estará buscando a quién te hizo daño. Y no sabe que estamos aquí, creerá que sigues en el hospital.

-¿Estará allá abajo en la ciudad del sur? ¿Papá era valiente?

-Sí, y volverá si tú aceptas que vuelva.

-¿Tú qué harás?

-Yo  he perdido mi oportunidad con él.

-¿Y yo qué hago?

-Tú te has ganado todo el derecho del mundo a decidir qué quieres que seamos para ti. Y lo vamos a aceptar.

La madre y la hija siguen recogiendo la cosecha de sus vidas y se hacen promesas y piden los mejores deseos que les puedan dar un poco de felicidad. El doble reencuentro de Linda, con su madre y con la realidad, esquiva todavía, es una experiencia que está transformando lo más profundo de la existencia de Flora. Flora llegó a odiar a su hija hasta desearle la muerte y Linda ha acabado siendo la única  razón que da sentido a su vida. Y es Linda la que tiene en sus manos el sueño de su madre y ese poder genésico aterroriza a Flora.

-Necesito tiempo, mamá –Linda se regodea en ese poder sobre sus padres que le otorga el daño sufrido.

 

CONTRACANTO es el título de la novela.