Hace muchos años que renegué de la poesía y es la tercera vez que hablo de ella en este blog. La primera para decir que “Las metáforas se me volvieron bellas mentiras”; la segunda para airear mis versos de principio de los setenta, “Centenarios I y Centenarios II y, como si fuera un mensaje en una botella, quiero lanzar a la deriva mi último poemario, de hace más de veinte años, “1957… Recuerdos de la primera vez”.  Casi todos mis trabajos han acabado en el cajón y ahora voy a intentar que cumplan la función para los que nacieron.

Al poemario le he recortado los ocho poemas que son pura reflexiones y he dejado los que hablan  de hechos concretos de mi pasado. Al principio de los noventa me podía la nostalgia.

Gran_Canaria,_Caldera_de_Tejeda

1957… Recuerdos de la primera vez         

                                                                   

PRÓLOGO

Estoy sentado en mi salón leyendo el periódico.

Estoy tan quemado que siento nostalgia de cuando era inocente. 

Y busco los momentos de mi vida

en los que sentí por primera vez

el miedo, la ternura, la soledad,

la quietud, la libertad, el amor, el sexo,

la vida, la muerte.

Descubro que la primera vez de cada sentimiento

se vuelve indeleble.

No es un recuerdo raído y frágil,

es un sello en la frente,

que a veces te deja manchas,

otras cicatrices

y muchas veces heridas abiertas.

I

LA QUIETUD

Cuando era chico, allá en mis veranos de Canarias,

cada mediodía me iba al estanque de al lado de casa

y me abuzaba en  el pretil para observar a  los bichos

que vivían  entre los limos secos.     

Me sentía uno de ellos y me inventaba historias con ellos

Cuando era chico, allá en mis veranos de Canarias,

cada mediodía…

Me gustaba tanto estar allí

que el olor fétido de los limos me parecía agradable.

¿Qué  debía de pasar por mi pequeña cabecita

durante  aquellos largos ratos que mataba en el pretil?

Me quedaba inmóvil,

como una piedra,

la quietud era un placer que añoraba.

Sólo sentía en mi pecho el ritmo sincopado del motor del agua.

¿O era  el corazón de la tierra que latía para mí?

No, no  era tan poético.

Seguro que yo estaba triste

y la tierra me pedía que me rindiera,

que me quedara para siempre allí soñando,

.y las libélulas,

esos seres extraños, malditos,

eran  cómplices de aquella conspiración contra mi vidita:

cambiaban mi tiempo por sueños absurdos,

sueños de tierra, sueños de limos, sueños de mierda.

Y yo no quería soñar,

sólo mirar y mirar,

y estar quieto.

Debía de quedarme tan quieto

que las libélulas se acercaban a mi nariz

y me abanaban con sus alas,

aliviándome el calor y el miedo.   

Durante años he buscado aquella quietud,

y aquella mirada estúpida

que no pedía explicaciones:

mirar y no entender,

mirar y no creer en nada,

mirar y no hacer preguntas,

mirar y amar,

mirar para otro lado,

mirar y que no te vean,

mirar,  (¡joder!), mirar.   

V

SENTIR UN NACIMIENTO

La memoria me enreda:

ahora espero en el patio de mi casa de la infancia

entre los helechos frescos.

Tengo cinco años y alguien va a nacer,

es mi hermano.

No dejo de mirar el bernegal enramado de culantrillo

que va pariendo canoras gotas de agua pura.

Es la melodía de aquel nacimiento.

Mi hermano nació como una  gota del bernegal.

Nació la música en el patio de mi casa.

VIII

LA ENFERMEDAD

Era un verano tórrido.

Mi cama era un velero,

de mascarón tenía un ventilador morado y blanco.

Le metía hilachas en sus aspas para que hiciera ruido

y seguir el ritmo,

e inventar canciones e historias con aquella música de fondo.

Durante meses viajé por las regiones más bellas.

También por las más inhóspitas.

Por lugares donde la  gente no tenía rostro

y rezaba a las paredes.   

Era los días que tocaba la inyección.

Aún tengo aquí la imagen  de la cánula bajando lentamente.

Bajaba la muerte…

Me mataban…

Tenía siete años y ya era un viejo.

A veces caía en la acinesia total.

Sólo se movía el ventilador

y lo envidiaba.

Tan fuerte, tan fuerte…

No hay nada abierto y el viento me da en la cara.

Es el recuerdo de mi cama-barco con ventilador

que lanza su proa contra mi frente de piedra.

Todavía envidio aquel ritmo.

Tengo que recogerme.

No creo en los viajes.

No creo en los viajes sin besos.

Tengo sed.

Quiero el agua justa para que nada crezca dentro de mí.

Para mirar sólo necesito humedecer un poco mis ojos.

I X

LA ESCUELA

El zaguán estaba lleno de sacos de papas.

Garrapateaba entre ellos hasta llegar al techo.

Ya estaba curado.

Había tocado el cielo.

Después de seis meses en la cama ya podía salir a la calle.

Salí muy despacio,

me pegué contra la pared del frontis con todas mis fuerzas

para confundirme con ella y desaparecer.

Que nadie viera mi cara pálida

y mi delgadez de salpatrica.

Los días siguientes fui ensayando la sonrisa en el espejo,

la había olvidado.

Un niño llegó un día por casa anunciando a voces

que el maestro había dicho que podía ir a la escuela.

¡Aprender a leer! ¡No!

Todos saben más que yo y se reirán de mí.

Los gatos se comían las entrañas del pescado

y yo no dejaba de mirarlos.

Su vida era fácil:

entrañas y bocas…

Tenía que salir a la calle

y cruzar hasta la otra acera,

y quizás no había música en el camino,

todo sería sordo y sin ritmo.

¿Alguien me quería?

La primera esquina, tan lejana.

Estaba hacia el noroeste.

Detrás la gente y las calles huecas.

Puse rumbo a la escuela

con mis alpargatas nuevas fijas en la mirada.

X

EL TIEMPO

Recuerdo el día que escribí en mi cuaderno de clase,

con el plumín de los domingos,

el año 1960:

“Para llegar al año dos mil cuánto sufrimiento me queda.

Se morirán todos los que yo más quiero…”

Ese día la tinta debía de estar picada

y su olor tenía efectos alucinógenos:

podía ver el futuro.

Temblaba de miedo y era feliz al mismo tiempo.

No tomé el vaso de leche en polvo del día

para que no se me fuera el efecto,

y creo que salí a mear cinco veces de la emoción.

Me hace daño, y “me estoy quitando”,

pero me encanta hablar del pasado.

Cuando no comprendo lo que es el tiempo

sólo tengo que recordar ese día de 1960.

Con qué miedo y lentitud lo escribí.

Pensaba que cuando acabara de escribirlo

él me pondría un “arigón”

y me haría su esclavo.

¿Cumplir años es una herida?

XI

LA TERNURA

Me gustaba escribir  para ensayar cómo pararlo todo.

Me gustaba tanto escribir que las madres de mi barrio

me pedían que les escribiera cartas para sus hijos

que estaban en Venezuela, o en Cuba…, o en el cuartel.

Eran cartas rutinarias,

pero cada palabra decía algo más

que aquel “deseo que al recibo de ésta te encuentres bien”,

o “tu madre que te quiere”,

o “ven luego hijo mío”

Era mi pulso el que trasmitía los sentimientos:

mi manera de dibujar las letras,

las grecas que dibujaba en los bordes;

era dios cada tarde a las cuatro y cuarto.

Lo recuerdo como la escena más tierna

que haya vivido nunca.

Siempre recibía con emoción ese “durillo”

que me daban las madres por “aquellar” su carta.

Era un momento sin fanfarrias,

pero aquel “durillo” sonaba a redoble.

Lo sentía cálido,

porque lo guardaban en su pecho,

en el nudo de un pañuelo.

La ternura sólo vale un “durillo” en mi memoria.

XII

EL TERROR

“La fin del mundo llega mañana”, decían todos.

Y yo en la escuela que no cabía dentro.

Al salir de la escuela había un silencio que asustaba

en las calles y en las caras de la gente.

No quería volver a casa,

y andaba por la calle como un guanajo sin rumbo,

escuchando el ritmo de los motores del agua

que ya no extraían agua para mi pueblo,

sino lágrimas.

Todos mis sentidos captaban tanto que me dolía vivir.

Pude acopiar todas las sensaciones del mundo.

Sabía que unos carros de fuego bajarían desde la cumbre de Tejeda,

pero no me importaba,

yo estaba preparado:

ya era un poco tierra,

un poco limos,

una pizca de ritmo,

algo de aroma a meada

y todo miedo.

¿Para qué resistir?

Todavía sigo siendo imbele contra la mentira

porque me libra de ser útil,

y soy fiero contra la verdad

porque me obliga a seguir y estoy cansado.

No dejaré que el puto destino me birle este momento.

Quiero ser “barrula” del camino

para que nadie quiera hacerme feliz.

XIV

LA LIBERTAD

En mi azotea cayó una paloma agotada.

Tenía una anilla en su pata que me deslumbró aunque era mate,

eran mis diez años que le daban brillo a todo.

Quería viajar como ella

para llevar mensajes a las tierras más lejanas:

contarle a todo el mundo lo feliz que yo era,

y pedirles que vinieran a vivir a mi tierra y comer papas fritas.

¿Se puede ser feliz comiendo papas fritas?

¿Qué carajo hubieran dicho aquellos que escuchasen mis mensajes?

Aquella paloma me creó una nueva cárcel,

quería ser libre.

Desde mi sillón, tan cómodo,

la libertad es sólo una pregunta que no me hago.

Las polillas con sus reflejos bordan en la noche

mensajes en clave que invitan a desaparecer.

Prefiero ser una polilla que una paloma mensajera.

Los mensajeros de la libertad no nacerán

mientras envidiemos a las palomas.

Todos los dictadores del mundo tienen miedo a la oscuridad

Y yo estoy aquí, a oscuras, en mi sofá

y me temo a mí mismo.

¿Es que quiero ser libre?

¿Brilla mi anillo o mi anilla?

XVI

LA RELIGIÓN

Tenía quince años y aposté con un amigo que era capaz de tomarme  una ginebra dentro de la iglesia con un par de tapas de hostias.

Lo hice.

Ese día derroté a todos los fantasmas de la represión.

Todos los fantasmas estaban en un retablo de la iglesia

que representaba toda la iconografía de la religión verdadera.

Ya nadie me vería desde arriba allá donde estuviera,

ni me quitaría las ganas de vivir.

La ginebra con hostias fue un buen remedio contra la religión,

pero hoy no sé si sirve contra el hastío,

ese otro fantasma que me impide amar.

El periódico se me cae de las manos.

¿Por qué quiero saber cosas de los demás?

XVII

LOS JUEVES

¿Qué se decían aquellas parejas cada jueves,

allí, casi inmóviles, en el quicial de la puerta?

Pasaban las horas y no dejaban de hablar.

Yo nunca tendré novia, me decía.

La mataré con un silencio.

Ensayaba con los amigos a…

Ensayaba el desamor.

Cada jueves pongo flores a todas las frases de amor que no dije.

¿Por qué estás tan en silencio, amor?

Hoy es jueves y dibujo una flor en el cristal.

XVIII

EL SEXO

1967

En la cabina del operador, del viejo cine del pueblo,

mirábamos los fotogramas de las escenas eróticas.

Parecía que representábamos una tragedia:

nuestros movimientos eran serenos

y ceremoniosos,

pero todo volaba dentro de nosotros.

¡Oh! Me quedé ilapso y pálido,

no me salía la voz, 

había encontrado un fotograma,

el único,

de la bella Julieta.

Como una vestal,

con sus senos sensuales abriendo caminos

y ganando batallas…

Era la catástasis,

era morir de belleza .

La censura se había olvidado aquel fotograma

o lo puso el diablo para jodernos.

Se armó la batahola.

Tenía un tesoro,

y lo alquilaba por unos cigarrillos mentolados.

El erotismo,

el celuloide, el humo,

la cadencia,

el deseo de empezar de nuevo,

ahora no,

la caída del amor,

el deseo que se esfuma,

el fotograma,

Julieta,

el amor, el amor,

el goteo del amor…

El amor es un descuido del censor

y huele a cigarrillos mentolados…

No hay tiempo que merezca mi tiempo

si hay alguien que no ha sido amado.

La quietud, la pasión de los cristales

y los reflejos que me llegan de tu ventana,

son síntomas de que nos estamos amando sin saberlo

y de que tendremos hijos hermosos

porque tenemos el don de la calipedia.

No somos cigarrillos, ni celuloide rancio;

somos reflejos, somos…

No te asustes.

Es la gente que nos hiere con su ínvida mirada.

Estamos muertos, ¿verdad?

XIX

EL SILENCIO

Durante años jugué en un equipo de ajedrez de ciegos,

para mí eran magos,

eran videntes de ojos ocultos.

La pena y la lástima

ya las había sentido antes

y no era eso lo que sentía a su lado.

Descubrí el silencio en sus miradas.

El silencio tiene formas y colores

y reflejos profundos.

El silencio es un iris buscando el infinito.

XX

LAS METÁFORAS

“En el albar de tus ojos…”

Éste fue mi primer verso de mi primer poema que ya he olvidado.

Tenía diecisiete años.

¿Qué había en el albar de sus ojos?

¿Versos de amor?

¿El futuro de nuestra pasión?

La fantasía me salvó en aquel momento.

Siguieron versos en cascada,

y ya podía vivir y sufrir de ilusiones.

Podía amar a una princesa

y añorar a la hija del molinero que se fue a América.

Versos y versos para luchar contra el desamor.

Buscaba metáforas,

buscaba bellas mentiras que me emborracharan

y olvidar por un momento

ese amor de almanaque y pared mohosa que me hacía sentir sucio.

¡Qué paisaje!

El patio lleno de flores.

Los helechos, los crotos, la siempreviva, la flor de mundo,

la hortensia…, todas eran mi inspiración.

Ponían color a las mentiras.

Voy a izar las velas y navegar para adentro.

La fantasía fue mi salvación.

XXI

EL DESENCANTO

Voy a levantar esta mierda que se me pega a los huesos

y me pide que haga cosas

para dar sentido a mi existencia.

Seguiré buscando.

¡Jódete, por creer en todo!

gritan mis zapatillas traidoras.

Mis versos emigran por la ventana

y ésta los vende de estraperlo

a la gente que pasa por la calle.

Yo me quedo a solas con las frases que se usan

para romper el silencio: “hace mucho calor hoy”,

“mañana es martes y…”

(Ya no puedo salvarme porque seguirá habiendo mucho calor.)

“pasado mañana lloverá”

XXII

JULIO DEL 74

Julio del 74.

Lisboa huele a claveles marchitos,

y a un “perfume” que llega de España

llevado por la brisa del atardecer,

es el olor de los calcetines sucios de Franco.

Lisboa revolucionaria, Lisboa luminosa, Lisboa.

Ni los mítines que escuchaba por primera vez,

ni los carteles con la hoz y el martillo,

ni la voz de José Afonso, ni las películas “S”…

nada de aquella parafernalia  me recuerda la revolución.

La revolución me huele a claveles ajados

y a calcetines sucios,

huele a alguien que llega tarde y cansado.

XXIII

LA VIDA

Mi padre había entrado en la habitación de los que se despiden

Su cama-barco con sus velas blancas

navegaba con rumbo fijo.

Mi madre, que lloraba a sus pies, era el mascarón.

Mi padre dando la última boqueada,

la última orden desde el puente.

Parecía decir “sean felices”.

La lágrima que le caía por la sien era el pañuelo de la despedida.

El silencio era el azul del mar.

Las batas verdes el horizonte.

Sólo faltaba la brisa.

No, sí siento la brisa,

creo que le amaba, le amaba.

Éste es mi cuadro de la vida.

                                                                                     

EPÍLOGO

Desde los cielos cacarean los cobardes.

Yo pude hacer algo desde mi ventana,

pero dejé pasar la oportunidad

como han hecho los dioses de todos los tiempos.

Buscaba el origen de las emociones

y encontré la otra cara de la luna.

No sé qué hay ni sé quién soy.

Y con esta causa perdida

recorro el presente,

que ya dura veinticinco años,

sin sentir nada

por primera vez

y matando la belleza

de todos aquellos primeros momentos.

Por qué me iría a 1957,

ahora es mi futuro que no llega,

mi territorio sorribado

que espera la siembra,

mi utopía.

Quizá buscaba un refugio

en los versos

para encontrarme yo solo

con mi pasado

y si no me gustaba

salir de la historia diciendo

que sólo era literatura,

que sólo era un juego

sin tempo,

sin ritmo,

cruel y …

asesino.

Quiero ir más lejos,

porque volver del pasado es doloroso.

Es un viaje  en un barco a la deriva

que acaba encallando en el presente.

Y después del naufragio

flotan palos

y cadáveres hinchados.