He escrito tres poemarios, uno que no quiero ver, otro que me cansé de mirar y el último, “1957”, que se convirtió, sin quererlo, en mi testamento poético porque no he vuelto a escribir un sólo verso desde hace veinte años. Algo me debió de pasar (y no el que fuera  muy malo, un mal poeta puede escribir versos toda su vida) que ahora no tolero que en mis guiones, ni tan siquiera  en las acotaciones, aparezca una sola metáfora, o un simple epíteto, ni un sólo recurso expresivo. Cuando uno de mis personajes dice una frase poética a la siguiente reescritura desaparece el adorno. Pero lo curioso es que en casi todos mis guiones homenajeo a grandes poetas como Rilke, que aparece en el guion El puesto, Rimbaud en Nadie, T. S. Eliot en  Contracanto, o San Juan de la Cruz en La mirada, y utilizo sus versos, me ayudan a entender el tema que estoy tratando. Cada vez que escribo un guion releo a mis poetas preferidos y siempre encuentro respuestas a mis dudas.

rimbaud

He analizado mis últimos poemas intentando encontrar el porqué de esa alergia a las metáforas y he descubierto un síntoma en el poema número XX del poemario “1957”:

                                      XX

“En el albar de tus ojos…”

Éste fue mi primer verso de mi primer poema que ya he olvidado.

Tenía diecisiete años.

Siguieron versos en cascada,

y ya podía vivir y sufrir de ilusiones.

Podía amar a una princesa

y añorar a la hija del molinero que se fue a América.

Versos y versos para luchar contra el desamor.

Buscaba metáforas,

buscaba bellas mentiras que me emborracharan

y olvidar por un momento

ese amor de almanaque y pared mohosa que me hacía sentir sucio.

¡Qué paisaje!

El patio lleno de flores.

Los helechos, los crotos, la siempreviva, la flor de mundo,

la hortensia…, todas eran mi inspiración.

Ponían color a las mentiras…

Voy a izar las velas y navegar para adentro.

La fantasía fue mi salvación.”

Este poema, que ahora me parece misterioso y casi en clave, ya dejaba caer el desencanto que sentía por no conseguir contar una verdad que me estaba consumiendo. ¿Para qué escribía versos? ¿Escribía para entenderme o para esconderme? Recuerdo, cuando era profe y enseñaba a escribir poesía, que un alumno escribió un verso muy lindo y lo halagué hasta el infinito y, cuando lo dejé hablar, me dice: “será muy bueno, pero yo no sé ni lo que he dicho”; parafraseando a ese alumno puedo decir que yo sabía lo que no había dicho.

En el fragmento siguiente, del poema IV del poemario, se ve claro el miedo que tenía a esa verdad que reclamaba:

“…

La ventana se cierra violentamente,

es el viento que sale de mí.

Me he quedado vacío,

y las corrientes han convertido mi cuerpo en un desierto

de arenas frías y de cálculos infinitos

que provocan torbellinos,

y me halan para adentro…”

almanaque

Esto es ya  un canto a la soledad y el olvido, es un destierro interior, parece una despedida.

Todo debió de empezar cuando tenía diecisiete años y comencé tantear qué era eso de escribir versos y descubrí que había despertado a la serpiente. En los siguientes versos, del final del poema I,  puedo ver que había descubierto las consecuencias terribles de recordar:

“…

son los recuerdos

que a veces te dejan manchas,

otras cicatrices

y muchas veces heridas abiertas.”

Acabaré este artículo con un poema de T. S. Eliot, que encontré en la relectura de su obra Cuatro cuartetos que hacía para mi guion La mirada, y que me provocó esta reflexión, que ya no quiero seguir porque me duele, sobre el porqué un día dejé de escribir versos:

“…

La poesía no importa.

No era lo que uno esperaba.

¿Cuál iba a ser el valor de lo que durante tanto tiempo anhelamos,

la calma tan esperada, la serenidad otoñal,

y la sabiduría de la vejez?

¿Nos habían engañado

o se engañaron a sí mismos los ancestros de voces tranquilas

y simplemente nos legaron la receta de un fraude?”

No dejaré de leer versos de aquellos poetas que dicen verdades. Los verdaderos poetas son un tesoro de sabiduría, te vuelven a la realidad. No más mentiras.

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