Julieta es la película que representará a España en la entrega de los premios Oscar de Hollywood 2016. Pedro Almodóvar plantea la historia de una madre que sufre porque no sabe el porqué su hija no quiere volver a verla y, desde hace mucho tiempo, se ha ido muy lejos para que no la pueda encontrar. Esta situación angustiosa y el sentido de culpa que marca el rostro de Emma Suárez, auguraba, para mí, que iba a disfrutar de emociones fuertes, quizás no iba a ser un melodrama de Duglas Sirt, pero alguna lágrima me provocará, pensaba. Al poco de empezar la historia comienzo a ver que el tempo de las emociones no es el mismo que el de los planos. La cámara se mueve con el tempo de un documental que te va enseñando los elementos con el ritmo pausado que un espectador necesita para poder asimilar la información: vemos cómo la protagonista envuelve un idolillo fálico de barro con una parsimonia que parece que dijera con la cámara, vean qué metáfora visual más original, la protagonista está tan triste que el deseo ha muerto, ha roto con la vida sensual y erótica, algo así. A partir de ese momento el código con el que empecé a ver la historia era que estuviera atento a la composición de los planos, los tiros de cámara y el atrezzo porque ahí se refleja el alma de la protagonista y no en sus actos, gestos o diálogos. Y ya todo se me vuelve retórica de la imagen: un cuadro de Francis Bacon por aquí, unas paredes pintadas de colores agobiantes por allá, un patio solitario con su canasta de baloncesto, una carretera tortuosa a vista de pájaro, una torre de iglesia en contrapicado que enfurece a la protagonista. A veces me sentía tonto, oh, esto no lo entiendo. Es agobiante ver una película con el código de descifrar todo lo que rodea a los personajes, al final acabé dejando de mirarlos y me dediqué a jugar con las imágenes y me inventaba lecturas: la protagonista haciendo el amor reflejada en los cristales de las ventanas del tren a toda velocidad (la pasión te lleva a la muerte), una rama seca que choca contra el tren (la fugacidad de la vida), un ciervo que corre paralelo al tren (premonición de lo que será su vida a partir de ese día, buscar y buscar), etc., los personajes se me fueron distanciando y me parecían presentadores que te enseñan los cuadro de una exposición, miras los cuadros y el presentador se te olvida y, además, como los diálogos son tan crípticos y misteriosos no recibía suficiente información para mantener el interés. El remate de este agobiante visionado de Julieta aparece en la secuencia del lavabo: 1) la protagonista en la bañera al estilo de La muerte de Marat de Jacques-Louis David, 2) su hija, niña, con su amiga, sacan a la protagonista de la bañera como si fuera El descendimiento de Rubens y, magia, cuando Adriana Ugarte, que hace de Julieta joven, le quita la toalla de la cara a Emma Suárez, que hace de Julieta mayor, y, a esas alturas, que mi imaginación estaba quedando maltrecha por el esfuerzo, me asusté como si viera un cuadro Del Bosco en una noche de tormenta. Julieta me parece tramposa porque el autor, que es un maestro del oficio, ha conseguido hacer una exhibición magistral de técnica y forma, pero unos personajes son fríos y distantes.

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No dejé de ver la película, y estuve tentado, por si gana el oscar y, en una tertulia, me encuentro que soy el único que no tiene una opinión sobre Julieta.

Pedro Almodóvar pretende reinventarse, pero podemos ver que la mayoría de los grandes directores, después de muchas películas, acaban imitándose a sí mismo y sólo esperan a que el público los licencie, no se reinventan. No me imagino a Woody Allen reinventándose, fiel a su estilo va cometiendo aciertos, o, vimos en su época, a Alfred Hitchcock arrastrándose con Topaz (1969), o Terrence Malick, que sigue haciendo variaciones sobre la misma película; desaparecen cuando toca y se acabó. Espero no ofender al autor y que vuelva a arriesgarse, a ser él mismo, aunque le salgan películas patéticas.

david3

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