Nublo Oro

Antes de comenzar a escribir narrativa hice una prueba con mi primer cuento, Mike Mentzer, el 28 de julio de 2016, con la intención de prepararme para escribir mi primera novela. Había escrito texto teatral y guiones de largometraje, pero estos dos géneros  son preparatorios para una puesta en escena o la filmación de una película, en cambio la novela exige escribir cada detalle, cada pensamiento, cada gesto y todo queda en el texto. Un espectáculo o una película es obra del director y en una novela el director es el que la escribe. No sabía cómo empezar. Al principio busqué como referentes a maestros actuales como Vargas Llosa, Javier Marías o Filip Roth y clásicos como Flaubert, Dostoyevski o Faulkner e intentaba escribir buscando la perfección. Esa presión provocaba que cuando leía y releía los primeros escritos no se acercaban ni por asomo al nivel de mis modelos. Era frustrante. Al final de cada fracaso intentaba animarme con un a seguir soñando. Pero al poco tiempo el cansancio empezó a hacer mella en mi ánimo. Hasta que un día me dije: por qué buscar la perfección de los maestros; y comencé a escribir y reescribir cada frase, cada parágrafo, cada capítulo hasta que ya no sabía más. Entonces mi lema era: ésta es mi capacidad y ella es el límite, no mi sueño de narrador. Sé que la vanidad del escritor es indispensable para estimular la imaginación al creerte que hay alguien ahí esperando (sentado) que tú le cuentes una historia, pero también es traicionera si te hace soñar por encima de tus posibilidades. Ahora me siento narrador cuando imagino una historia, pero la escribo como un obrero del teclado. Dedico tres días de trabajo por cada página colocando y recolocando palabras como si fueran notas musicales, hasta que algo me dice esto suena bien. Sólo me preocupo del tono, el ritmo y la unidad del texto y eso se percibe por los sentidos, como la música. Mi oído es el referente. Con este método, de teclear y teclear hasta que ya no sé más, he escrito estas tres novelas y, sin ninguna pausa, ya he empezado la cuarta. No puedo parar porque es un placer escribir sabiendo que algo me va a decir ya no sé más. Ya no espero que ese algo me diga que me falta mucho para ser un buen  narrador; eso sería frustrante y volvería al sigue soñando de cuando empezaba. Esta técnica del no sé más hace que siempre tenga los pies a tierra: sólo necesito una idea, que seguro que ya está inventada; un tema sin pretensiones; unos personajes creíbles y, teclado, teclado, teclado, como si tocara una melodía; y que salga lo que tenga que salir. 

Mis tres novelas (Contracanto, Desencanto y Para qué he de soñar) tienen como protagonista al exinspector Lucas Séguin. Lucas es una persona enferma de amor y los enfermos de amor casi siempre están condenados a la soledad. Cuando era inspector en activo le preocupaba más la condición de las víctimas que las pesquisas para solucionar los casos. Para combatir la soledad se dedica a escribir sus memorias y, así, el policía solitario descubre que ser narrador le ayuda a llorar para adentro, que es una forma de purgar el pasado.

Quiero mostrar un momento del personaje en el que se plantea lo que cree que es el arte para él. Quiere ser artista y le preocupa el estilo. 

Fragmento del Capítulo VIII  de la tercera novela Para qué he de soñar:

Lucas reinicia su ritual de nuevo escritor que se había impuesto desde que comenzó su novela hace algunos meses. Abre su nueva colección de discos  y elige la ópera en concierto Elektra de Richard Strauss. Lee la sinopsis y suspira con alborozo. Reconoce que es una música muy difícil de disfrutar, pero Blanca, la hermana de Paola la joven secuestrada a la que no pudo liberar, le repetía, cuando lo inició en el disfrute de la música clásica, que se puede aprender a escuchar todo tipo de música perseverando hasta comprender el significado. A la música clásica, le sigue la última parte del ritual: el ordenador reluciente abierto con su página Word en blanco; también el fleje de notas de las paridas que se le va ocurriendo esparcidas por toda la mesita de centro; algunos libros de cabecera y la televisión encendida, sin sonido, en un canal de noticias. Falta el alcohol, pero esta vez no beberá. Cree que lo que ha escrito de sus memorias, bajo los efectos del alcohol, está más cerca del delirio que del recuerdo. Cuando relee sus cosas, y lleva más de cien páginas escritas, no le parecen suyas. ‘Bajo la alucinación se puede crear belleza, piensa, aún así, la irrealidad no genera mensajes ni preguntas. Es como contemplar una montaña muy bella; te emociona, sin embargo no invita a la reflexión ni al disfrute intelectual porque no ha sido creada por el pensamiento de un artista que nos quiere transmitir algo. Así es un cuadro de Pollock, o una obra de Ionesco, o el concierto 4’33’’ de Jonh Cage, o un poema de Bukowski, maravillas surgidas de la parte más primitiva del ser humano, quizás del hipotálamo o del lóbulo frontal, estimulados con productos de mierda…, son creaciones de la naturaleza, no de la razón. También las actas de un psicoanalista podrían ser una fuente de belleza, no obstante no son más que radiografías del dolor’. Se frena y se siente ingenuo, sabe que habla por hablar porque no tiene un sólo argumento para ser categórico. Se sienta en el sofá en posición de meditador tibetano: ojos cerrados, espalda recta y hablando solo (o rezando): ‘Quiero escribir con toda la fidelidad posible lo que me ha pasado, lo que he sentido en cada momento y cuánto daño he hecho’. 

Comienza  a escribir por el último drama que el destino le ha deparado estos últimos tres días; intenta mostrar el vacío que le ha dejado la muerte de su amigo Marcelo. 

Toda una vida de amistad y cariño entre Marcelo y yo se ha sellado con una despedida lacerante: “Sé que me habéis traicionado, espero que seáis felices”. Cómo has podido pensar eso si Nieves y yo nunca hemos intercambiado nada más allá de los saludos amistosos. No hemos aprendido a amar, Marcelo. Lo perdemos todo a cada paso. Al menos yo. Y mira que he buscado el amor. Nieves me ha vuelto a recordar la vez que llegué a enamorarme de una prostituta a la que había alejado de la calle. Lo he intentado de todas las maneras y no he pasado del limbo. Me has dejado un recuerdo de ti que me dolerá siempre. No te he traicionado, Marcelo, y quiero seguir amándote. No creo en dios ni en ningún espíritu, y si te estoy hablando, como si fueras un  alma en pena, es porque quiero reconciliarme contigo. Sabes que tengo un miedo cerval a todo lo esotérico, pero te voy a hablar cada día, como si estuvieras ahí, y voy a sentir que me contestas. Todo lo que piense a partir de ahora creeré que me lo has enseñado tú. No dejes que me equivoque. No volveré a beber para escuchar  más clara tu voz.

En este fragmento también se puede ver cómo el protagonista pretende superar con la escritura la soledad de piedra que sufre. 

La cuarta novela no será de ficción. Tendrá una subtrama de ficción que la llevará una joven periodista o escritora que pretende conocer la vida real de sus antepasados en algún pueblo de la isla de Gran Canaria.