Mi primer relato

Escribir un relato y encima de género ha sido el reto más grande que me he propuesto como escritor. Lo publicaré en tres capítulos de dos páginas y espero que guste.

libro

Capítulo 1

Adela, con toda la ira del mundo, le da la comida brutalmente a un anciano. Le mete la cuchara en la boca con toda su fuerza hasta casi atragantarlo y la saca haciéndole daño en la comisura de los labios. El viejo tiene sangre en el labio y respira con dificultad. Ella ahoga los quejidos del anciano diciendo frases cariñosas a toda voz. “Ay qué viejito más bueno…” “Es que no se puede aguantar…” “Si es que se lo come todo…”. Con el calor y los aspavientos que hace maltratando al viejito se le descompone el maquillaje y el peinado se le ha convertido en un estropajo de esparto. La cara de Adela es el rostro de la maldad. Entre cada frase que pregona a voz en grito para apagar los lamentos del anciano le va soltando por lo bajinis frases crueles. “Viejo cabrón, por qué has sido tan malo.” “A los hijos de puta como tú habría que cortarle los huevos con una hojilla de afeitar.” Y así, muchas más expresiones atroces. El viejito está aturdido y sufre pequeños desmayos entre cucharada y cucharada. Ella lo reanima a fuerza de bofetadas sonoras. ¡Qué mierda de vida la del pobre anciano!

Adela, como cada día, sigue un ritual antes de entrar en la residencia. Se atusa el cabello, se compone el vestido, saca un espejito, se mira y se retoca el maquillaje, o mejor, recompone el recauchutado de la cara. Se pone tantos potingues que parece que tuviera veinte años más. Sólo tiene treinta y cinco.

El edificio de la residencia fue una casa señorial. Ahora está pintada a un solo color, ese beige que lo tapa todo como un manto. Los estucados de la fachada se intuyen debajo de ese beige que ha convertido lo que pudo ser una bella fachada en una fachada pálida y sosa. De noche, este edificio debe de dar miedo.

Adela llama al timbre. Llama tres veces. Le abren. Vemos unas escaleras muy amplias con sus barandas torneadas, seguramente de mármol, pero el puñetero beige las ha convertido en una masa informe que no deja ver el material. Todo beige. Tiene que ser deprimente vivir en un lugar así. A la izquierda de las escaleras hay un pasillo largo que acaba en una puerta robusta, de la que no digo el color, con una especie de medallón, colgado a la altura de una persona, en el que se ve una imagen de alguna virgen. Debe de ser la advocación a la que las religiosas del lugar le dedican su trabajo caritativo.
Adela coge el pasillo y se dirige hacia la puerta pesada. La abre y vemos que hay más personal que se está cambiando. Son cinco mujeres de mediana edad. La más joven de todas es Adela, pero con los años que se ha echado encima, si fueran monjas, ella parecería la madre superiora. Todas hablan al mismo tiempo. Adela saluda con un gesto leve con la cabeza y casi no mira a sus compañeras mientras se cambia. Una de las compañeras, la más gorda y la más vieja, la mira por encima del hombro de otra de las asistentas. Es una mirada de desprecio y da de cabeza sin dejar de hablar con las otras. Todas asienten con gestos variados. Desde la lástima de alguna hasta el qué cabrona de otra.
Las cinco señoras salen con su uniforme de trabajo. Las asistentas se mueven con paso marcial y cierran la puerta de un portazo. Adela se queda sola. Se va quitando la ropa de calle lentamente. Hay un espejo de medio cuerpo y se va mirando mientras hace gestos y poses de una stripper. Se queda en sujetador y bragas y se acaricia todo su cuerpo. Se escucha un ruido y se pone rápidamente la bata de trabajo. Se abre la puerta y se asoma una monja malencarada.
–Cuando acabe la jornada pase por mi despacho– le dice la monja con tono de orden marcial–. Buenos días nos dé dios.
Adela se queda atónita y acelera los movimientos y acaba de vestirse en dos segundos.
–Lo de ayer fue un accidente—se gira mientras lo dice y se le va apagando la voz–, me descuidé y los viejitos se pelearon entre ellos. Yo siempre he sido…
Antes de acabar la frase, la monja malencarada ha cerrado la puerta dando un portazo.

El viejo Wilson está sentado en su silla de ruedas y mira por la ventana. Su mirada mortecina da miedo. El panorama que el viejo Wilson ve por la ventana es un roble tan frondoso que casi le impide ver el resto del jardín de la residencia. Su habitación tiene una sola cama y una mesita de noche sobre la que hay un libro. La cama está sin hacer. La habitación es tan austera y tan beige como todo el edificio. Wilson tiene unas marcas en el cuello y un pómulo inflamado.

En una rama del roble hay un pajarito que lo picotea todo y no deja de cantar. A Wilson se le mueven levemente todos los músculos de la cara cuando lo ve. No llega a esbozar una sonrisa, pero como si lo fuera, después de ver la cara que tenía cuando llegamos, aquel gesto debe de ser la muestra de la felicidad para él. Wilson cierra los ojos por un momento y cuando los abre tiene una expresión de hombre malo. Da miedo, como si hubiera sufrido una transformación diabólica. De repente, dirigiéndose al pajarito del roble, suelta una exclamación gutural como si diera una orden militar. “¡Ar!” El pájaro se espanta. El viejo saca fuerzas de flaqueza y lanza una arenga con tono de discurso aprendido.
–A todos los pájaros habría que meterles un palo por el culo para que dejaran de cantar. Cuando algún rebelde se me resistía y no quería hablar… Ven aquí, hijo de puta, le petaba el culo con la porra y soltaba por la boca hasta el número que calzaba el primo de Isabel II…

En ese momento entra Adela en la habitación. Wilson se queda serio e inmóvil. Parece como si se hiciera el muerto. Adela se dirige a la mesita de noche y saca un dispositivo de detrás. Es una especie de grabadora. La manipula, le conecta unos cascos y se pone a escuchar. Su cara va pasando del horror a una indiferencia enajenada y acaba en una especie de regusto por lo que escucha. Adela ordena la habitación y cuando acaba, antes de irse, mira al anciano y se le llenan los ojos de fuego. Va hacia él y le pega un golpe en la cabeza con todas sus fuerzas. Wilson sufre un espasmos y se le cae la cabeza sobre le pecho. Desmayado o muerto.

 

Continuará

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