En todos los tiempos los grandes artistas ejercían su libertad como creadores por encima del pueblo, de los tiranos y de la iglesia. Sorteaban la censura  fundiendo sus mensajes en la grandeza de sus obras. Podemos releer las grandes obras de la pintura y la literatura y seguir descubriendo verdades ocultas que las hacen universales.

Santa Águeda, de Sebastiano del Piombo, del s. XVI, es una muestra de que la libertad del   artista está por encima del objetivo para el que le encargaron la obra. El espectador puede hacer mil interpretaciones de la pintura (desde la piedad al morbo) porque el autor ha dejado que su mirada también sea libre.

Del Guernica puedo decir que no es una exaltación demagógica de los males de la guerra, Picasso sólo nos  muestra la belleza retorcida de la guerra. Es como si nos recordara que “los humanos somos así”.

Cervantes, con El Quijote, o Moliére, con Tartufo, hicieron  malabarismos intelectuales y artísticos para superar la censura de su época. No cejaron en el esfuerzo para contar su verdad y sus obras han perdurado.

Rovira Beleta, Berlanga, Víctor Erice y otros grandes cineastas hicieron arte para la libertad en medio de la represión y sus propuestas no las convirtieron en doctrina, sólo eran pensamientos personales; pensamientos cargados de contradicciones y no de dogmas.

Ninguno de estos artistas nos dieron lecciones morales. Veían la belleza en lo más tierno y en lo más atroz. Su arte no era didáctico, era su visión personalísima de la vida. Y nos invitaban a que hiciéramos nuestra propia interpretación.

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Este preámbulo me lleva a los premios Goya de este año. Sólo he visto la película Campeones (por cierto, no había llorado tanto en una película desde Imitación a la vida, de Douglas Sirk). Si me guío por la crítica y por  la forma de defender los temas que hacen los autores y partícipes de las películas premiadas, parece que hablaran para unos catequistas de una nueva religión cósmica. He llegado a la conclusión de que el problema de nuestro cine no son los temas (historias de discapacitados, de corruptos, de lesbianas, temas étnicos, la represión del pueblo palestino, etc.), que son pura actualidad, es el tratamiento aleccionador que muestran los cineastas. Yo creo que el mundo del cine ha sido copado por unas élites puritanas y esto acabará obligando a los artistas a autocensurarse si quieren trabajar. Pienso que las películas de los próximos Goyas  van a ser aún más puristas, y podríamos llegar a ver  vidas de santos. Los Goyas no son un escaparate de nuestro cine sino una guía de por dónde tiene que ir la industria. Es como el salón del automóvil o mobile world congress, marcan tendencias (cuántas grandes películas habrá entre las que no han sido seleccionadas). Si ves la gala de los Goyas, que la vi entera, es que acabas sintiendo prejuicios contra el cine español. ¿No se  cansan? Cuando unas ideas son irrefutables, como la igualdad de género, el respeto a cualquier opción sexual, el respeto al diferente, etc., si se  defienden con la razón sólo tenemos que darle tiempo al tiempo para concienciarnos; pero si somos puristas al poco  caeremos en el puritanismo y el que está en esa fase lo mueve la fe y no la razón, y querrá imponerse más que convencer, y producirá la reacción contraria. Los puritanos son capaces de matar o morir por el bien de los demás. Dejadnos en paz.

Si no existieran los Goyas al cine español le iría mejor. Yo me imagino otra forma de promocionar nuestra industria, por ejemplo; se podrían crear veinte festivales (sin tanto glamour) especializados en diferentes tipos de cine: de amor, gore, de violencia, épico, erótico, demagógico, de superación, romántico, de realitys, melodramático, de líderes destructivos, de historia, de cine expresionista, de naturaleza, de sexo, viajes, guerra, política, solidaridad,  de cine experimental.  Con este método los cineastas lucharían por hacer el mejor romántico, el mejor gore, el mejor épico, y los espectadores sabríamos  lo que vamos a ver. Yo diría que el único cine didáctico y machacón aceptable e imprescindible son las películas de la DGT, las campañas contra la violencia de género, o sobre el sufrimiento de los refugiados, contra el hambre, o por una alimentación sana. Esas campañas admirables producen un gran efecto en nuestras conciencias. Tienen más valor didáctico que cuatro mil películas aleccionadoras.  Hay películas tan didácticas que parecen que te están riñendo porque no los comprendes, como Verano del 93, de Carla Simón. Dejemos las lecciones para las campañas de la televisión y hagamos arte de verdad, y éste nos ayudará a mejorar nuestra sensibilidad artística y así seremos más receptivos a las necesidades humanas.

Ya me imagino a los jóvenes cineastas preparando sus proyectos para el próximo año: los veo preocupados mezclando los ingredientes que creen adecuados para conseguir que los productores los acepten; los veo desperdiciando su talento.  Las oficinas de los productores me las imagino como confesionarios donde los artistas van dispuestos a renegar de sus  propuestas originales y a aceptar otras que van contra su estilo y su sensibilidad que es lo que los caracteriza como artistas. Productores: ¡Potenciad la libertad de los cineastas, por favor! Mandad a la papelera todos los proyectos que  han sido forzados para que parezcan políticamente correctos y descubriréis verdaderos artistas y verdaderas obras de arte. No me imagino a Lars von Trier pidiendo perdón a los productores por una idea  loca que se le ha ocurrido. El cine es un arte, un respeto a sus artistas.