¿Por qué cuando escribía mis primeros guiones me quedaba bloqueado en cada página y sufría horrores para retomarlos?

Yo creía en mi estilo: trabajaba muy duro para hacer que los diálogos estuvieran cargados de metáforas, de frases lapidarias y que fueran muy crípticos. Pero el esfuerzo no me daba resultados. A pesar de conocer la teoría de la escritura del guion y de leer muchos guiones, mis historias no cogían forma, no tenían unidad y no respondían a la premisa de partida. Algo empantanaba mis guiones y descomponía a los personajes.

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Recuerdo mi manera de trabajar: cuando ya tenía el argumento, el perfil de los personajes y la escaleta, empezaba a escribir los diálogos y si un personaje decía una réplica que yo consideraba que era lo suficiente profunda o poética, la salvaba a toda costa, no me importaba que fuera o no coherente con la caracterización del personaje, lo importante era el hallazgo de la frase. Entonces hacía cambios en el perfil del personaje y en la historia. Pero poco a poco se me iban desdibujando los personajes y se me cambiaba la historia, me bloqueaba y a empezar de nuevo. Era agotador.

Pero yo no me rendía y la solución llegó por azar.

Tengo la costumbre de enviar los guiones a mis amigos y amigas y ellos me devuelven sus análisis y críticas. Después de escuchar las críticas y análisis de mis amigos lectores, descubrí que lo que me bloqueaba al escribir era mi afán de hacer literatura con mis historias. Escribía para ser leído. A partir de ese descubrimiento decidí cambiar de estilo, ahora escribo pensando si un director filmaría buenas escenas con mis historias. Redescubrí que sólo el director puede hacer arte con un guion y que, si quiere, hasta puede alejarse del texto de partida para hacer su propia lectura.

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Los amigos lectores de mis guiones me recordaron lo que nunca debí olvidar, lo que me habían enseñado en la primera clase de guion: el oficio de guionista es contar historias para ser filmadas. En la escuela de cine nos repetían que al escribir las descripciones no interfiriéramos en el trabajo del director. Sólo él decide los planos, los tiros de cámara y la interpretación de los actores. Nos hablaban de malas historias de las que se realizaron grandes películas, como “Belle de jour”, de Buñuel, adaptada de una malísima historia de Josep Kessel, “Belle de nuit.”; y también de que malos directores habían arruinado buenos guiones y de otros que habían hecho bellísimas adaptaciones de grandes obras literarias que parecían insuperables. Como “Muerte en Venecia” de Luchino Visconti, adaptada de la novela “La muerte en Venecia” de Thomas Mann.

El gran respeto que tengo ahora por los directores hizo que dijera adiós a mi sueño de ser artista del guion, pero al mismo tiempo hizo que le diera la bienvenida al placer de escribir historias sin pretensiones y que ya no haya vuelto a bloquearme nunca más.

Ahora bien, si uno de mis personajes es un intelectual tendrá que decir frases complejas y poéticas, pero hago que esas frases tengan poca responsabilidad narrativa. Serán diálogos que caracterizan al personaje, pero que no marcan la acción. Lo he visto en la adaptación al cine de la obra de Antonio Tabucchi, “Sostiene Pereira”. Las frases filosóficas se convierten en música de fondo, cuando la acción arranca ya no dejas de pensar en los hechos.

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Un guionista que me gusta es Tarantino. Tiene un estilo muy marcado en los diálogos y con cuatro pinceladas te construye un personaje. La parte literaria la reserva para cuando escribe las acotaciones y las descripciones. Si lees un guion suyo puedes ver cómo hace literatura en las acotaciones, y cambia de estilo en los diálogos. Por ejemplo, en el guión de Pulp Fiction, en la escena donde El Lobo da el visto bueno al trabajo de limpieza del coche ensangrentado de Jules y Vincent, dice la acotación:

“Concebible o no, lo que antes parecía un matadero portátil se ha convertido en un vehículo indescriptible.” O en la escena del baile de Mia y Vincent, dice:

“Definitivamente, ambos comparten un ritmo, así como las sonrisas, al tiempo que tararean los últimos versos de la vieja canción.” Yo no creo que él pusiera estas frases en boca de los personajes, pero si se atreve a hacer estas descripciones literarias es porque él dirige sus propias historias y sabe cómo va a filmar.

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También tengo que decir que esta debilidad por la literatura no me ha desaparecido del todo, por ejemplo, en este guion de La noche, en una de las réplicas; en el momento que el marido de la protagonista está agonizante en el sofá por los dos disparos que había recibido del sicario que ella había pagado para matarlo, ella le cuenta que nunca olvidará el momento en que él la acompañaba en el paritorio y la miraba a los ojos, en la cabecera de la camilla, mientras ella paría a sus hijos: “Cuando paría a nuestros hijos yo los veía nacer en tus ojos. Te tenía sobre mi cara y no dejaba de mirarte a los ojos mientras yo hacía fuerzas para parirlos.”

Esta primera frase la mantuve durante algunas reescrituras, pero, hasta que no la quité, el personaje no volvió a ser el que yo había imaginado. ¿Se imaginan a un director que filma esta frase y hace un flahsback donde se vea el ojo de Mario que refleja a Marta pariendo? Seguro que sobraría en la película, igual que sobraba la frase en el guion. Te saca de la historia, no por ser una frase poética, sino porque nadie habla así en esta historia de La noche. Ahora que caigo, la retórica de la palabra y la retórica de la imagen se parecen mucho. Si a mí me chirría una imagen como ésa, por qué no me iba a chirriar escuchar a un personaje decir:» Cuando paría a nuestros hijos yo los veía nacer en tus ojos». Una de las últimas réplicas que desaparecieron fue la que ella le dice: “Y yo me empeñaba en salvarte para el amor.” Ahora me pregunto qué tipo de personaje podría decir esta réplica y por qué tardé tanto tiempo en hacerla desaparecer del guion.

La importancia del guión es tan relativa que hay películas que se han salvado en la mesa de montaje.

Hasta ese día, que me impuse respetar esta lección, y me libré de la manía de ser artista, no había disfrutado tanto escribiendo. Hoy puedo escribir guiones sin parar y sin cansarme. Sean buenos o malos, creíbles o no, ahora empiezo escribiendo ideas, reflexiones, pensamientos sobre la historia y los personajes y, de repente, los personajes cobran vida y cuentan su historia y el guion vuela. Es un placer ver cómo los personajes se componen y recomponen, cómo me descubren y me desnudan, a veces me redimen, o me llevan al infierno, o me enseñan mundos desconocidos y lejanos de mi forma de ser y pensar y hasta me psicoanalizan. Hoy puedo escribir trescientas páginas de una misma historia sin más esfuerzo que reescribir, y si paro es para que el guion pueda ser realizable.

Lo que sí necesito ahora es reescribir más que antes, porque en lugar de salvar frases, lo que hago es buscar y rebuscar frases para cada personaje hasta que todos se vuelvan reales y únicos y ya no puedan ser otros.

He elegido La noche, para inicial mi aventura profesional, quizás cuarenta años tarde, porque es un guion que se puede adaptar fácilmente al teatro y, si no consigo una productora que quiera filmarlo, al menos que sea un espectáculo teatral y así poder dar a conocer mis ideas y mi forma de contar historias.

Cuando descubres tu voz; que es tu manera única de contar historias, y te formas técnicamente y creas tu propio método, ya puedes escribir lo que te propongas, es muy fácil.

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