En el mundo del cine, en momentos determinados y marcados de la historia, han surgido movimientos y grandes artistas que han filmado películas memorables y necesarias. Memorables por su belleza, y necesarias porque la mejora de la sociedad actual no se comprende sin la iconografía que ha creado el cine (yo creo que uno empieza a soñar cuando ha “visto” antes lo que somos y lo que podemos llegar a ser). La lista de grandes cineastas que nos enseñaron a soñar es inmensa: de Chaplin a Einsenstein, de Jonh Ford a Ozu, de Kurosawa  a Godard, de Fellini a Coppola, de Berlanga a de Sica, de Fassbinder a Scorsese, de Liliana Cavanni a Pilar Miró, de Rovira Veleta a Benito Zambrano, de Kiarostami a Zhang  Yimou, de Cassavetes a Lars von Trier. Gran parte de estos grandes cineastas contaron libremente cómo entendían el mundo y como les gustaría que fuera (los grandes siempre ha sabido leer su época y aceptar la clase social desde la que miraban), y crearon la necesidad de seguirlos; no obstante, algunos, los menos,  sólo pudieron ser cronistas (Berlanga) o cómplices de su época (Einsenstein), pero no olvidaron esa segunda lectura que siempre nos dejan los grandes. 

bergman

El cine español actual  me gusta poco porque, en mi modesta opinión, como anticipaba  en el prólogo, no ha sabido leer esta época y porque no acepta que es un cine burgués. Veo poco cine español actual, pero leo todas las críticas y me puedo hacer una idea global. El cine español actual es el cine donde cada diálogo, cada plano, cada pensamiento no está hecho para cambiar el mundo, o para explorar la vida, o para ampliar la realidad, que es el objetivo del artista, sino para buscar la aprobación de la parroquia de lo políticamente correcto (la nueva burguesía ilustrada, que empezó siendo purista, ha acabado siendo  puritana) que lo domina todo. El cine ha cambiado de clase y narra de oídas. No hay compromiso.  No teme al poder, teme a los nuevos censores. Por eso lo llamo el cine del miedo. Cuenta historias que no les duele, sólo ilustran ideas que creen que son correctas o están de moda. El cine español actual tiene un tufo moralizante que, para mí, lo hace insoportable. Cuando Almodóvar filma Qué he hecho yo para merecer esto (1984), era un artista pegado a la realidad que contaba; le dolía, estaba comprometido (de Almodóvar lo he visto todo). En su última obra, Julieta (2016), habla de su realidad burguesa y no se incluye; en su análisis no hay verdad. Se ve a un cineasta asustado y contenido por miedo a la parroquia (de la que él forma parte cuando no crea). Todo son metáforas visuales y planos ortopédicos para ocultar la frialdad de su análisis. No se puede hacer cine mirando por el retrovisor. El cineasta debe ser un ariete hasta contra su propia condición. En su momento, al ver El verdugo de Berlanga, o Calle Mayor de Bardem, o El espíritu de la colmena de Víctor Erice, o Los santos inocentes de Mario Camus, y otras grandes películas, que perduran más allá de  la calidad artística, nos ayudaban a entender la realidad porque sus creadores querían formar parte de ella, se comprometían.  El cine español actual tiene que inventarse la realidad de sus películas: pobres de diseño, putas de escaparate; eh, que mis asesinos son de última generación, y así todo; no hay verdad. Si la cultura en general ayuda al individuo a crear un relato de la realidad cada vez más objetivo, el cine es una de las herramientas más eficaces para ello, ahora bien, siempre que muestre la verdad del artista. No quiero decir que para ser un buen cineasta se tenga que pasar hambre, ni que haya que ir a Marte para hablar de Marte, pero sí que los personajes tengan cuerpo. Aguzando un poco la mirada he podido ver síntomas de lo que es el cine del miedo analizando las dos últimas películas que he visto: Tarde para la ira (2016) de Raúl Arévalo y Verano 1993 (2017) de Carla Simón.  En Tarde para la ira parece que te invitara a mirar detrás de un vidrio como si fueras un visitante del zoo: Mira qué graciosos y qué sucios son mis pobres. Qué malo es mi malo, solo lo mueve el instinto. Eso de los principios y los sentimientos para qué, eso es muy americano. Y todo para acabar al final con un ejercicio moralista de primero de catequesis. Todos los personajes tienen la mirada perdida. Verano de 1993, es una colección de estampitas de santos, como las que coleccionábamos los niños antiguos. No hay segunda lectura en ninguna de las dos películas. Me conformaría con ver una película española tan sencilla como Fences (2016), de Denzel Washington, que me recuerde que hay situaciones (el clasismo y el elitismo) que se combatían hace cuarenta años y que siguen ahí: como nuevos burgueses  correctos. En Fences es que te lo crees: recoge todo el dolor de su condición de negro y pobre y lo sufre. La película va más allá de su trabajo actoral, te hace viajar por el interior de cada personaje. Todos te miran, te piden que los comprendas.

Me gustaría ver cine español actual que me pueda creer.