Yo creo que creamos a partir de un golpe de inspiración. De repente, una música, una fotografía, una noticia, un paisaje despierta y pone en orden unas inquietudes, unos recuerdos, unos sentimientos, que no pensábamos que estaban ahí, y comienza la búsqueda de respuestas, de querer saberlo todo sobre un personaje o sobre una idea que se ha colado en nuestra imaginación, y, con suerte, nace una novela. Seguramente la novela acaba transitando por unos derroteros totalmente diferentes a los de su origen, pero no lejanos. Laura Restrepo, la gran escritora colombiana, escribió su última novela Pecado, inspirándose en el cuadro de El Bosco, El jardín de las delicias. Al leer su novela Pecado te das cuenta que sus personajes pasan por El jardín del Edén, por El jardín de las delicias y por El infierno, en un sentido o en el sentido inverso, creando cuadros de vida literarios similares a los de El Bosco. Son historias inquietantes y casi surrealistas que retratan el mal como si fuera la otra cara de la misma moneda. Grande Laura Restrepo.

En los periodos en los que no estoy escribiendo una historia me dedico, además de leer novelas,  al estudio de teorías sobre la voluntad, la razón, el poder, el amor, la ciencia, y leo psicología, filosofía, neurociencia, historia, arte, y lo hago sin afán erudito, sólo asimilo aquello que me ayude a descubrir cómo influye la ciencia, el pensamiento y el arte en comportamiento de las personas (leer buscando un sólo objetivo hace soportable las lecturas sesudas). La inspiración, en mi caso, me llega en los momentos en los que estoy más entusiasmado estudiando esos temas que están fuera de mi alcance pero de los que saco retazos que me ayudan a comprender la condición humana. Siempre busco lo mismo, conocer al individuo, por eso, en cada una de mis historias, que sí nacen de la inspiración, sólo me preocupo del comportamiento de los personajes. Al manejar mucho material de análisis, que voy acumulando entre una historia y otra, puede parecer que escribo historias de tesis; es justo al contrario, en mis historias sólo hablo de emociones. Nada de análisis objetivo de la realidad, eso es para intelectuales y no para un contador de historias. Cuando estudiaba cine aprendí algo que nunca debo olvidar, el arte no es la ilustración de un pensamiento. Vargas Llosa decía de Sartre que era un genio como pensador pero un pésimo novelista. En la novela La náusea, por ejemplo, Sartre pretendía reflejar la realidad sin artificios literarios (un escrito sin artificios literarios es un informe, creo). En el cine también podemos comparar un director emocional como Steven Spielberg (La lista de Schindler), con un director de tesis como Yasujiro Ozu (Cuentos de Tokio).  Cuando acabas de ver una película de Spielberg te quedas con los personajes y hablas de los personajes y sientes con ellos; cuando ves una película de Ozu piensas, qué tengo que entender (¡qué recuerdos del Cine Estudio Canarias de la calle León y Castillo en los setenta!, la cara que poníamos cuando acabábamos de ver una película de Bergman, de Godard, de Rohmer).

Este preámbulo lo he creído necesario porque sentía un poco de pudor contar cómo nació mi nueva novela. Mi afán didáctico, por deformación profesional, hace que cuente los recursos y técnicas que utilizo para crear para quien quiera ser escritor. Me había embarcado, por casualidad, en un viaje por tutoriales y libros sobre Immanuel Kant intentando conocer sus teorías sobre la razón y, me parecía pretensioso, explicar que mi nueva novela había nacido en mitad de ese viaje. Puedo asegurar que no he asimilado ni un uno por ciento de las reflexiones de Kant, y que mi novela no va a tratar de nada de lo que he leído, pero me ha alejado de lo cotidiano y eso me ha renovado el deseo de escribir historias que pueda entender. Como decía, mientras estudiaba a Kant, una noticia triste que escuché en la tele me embarcó en la nueva historia.

Mi nueva novela es una continuación de la anterior porque es una novela de crímenes y el protagonista vuelve a ser el viejo inspector Lucas Séguin. Las novelas de género exigen que un mismo personaje protagonice una saga.

Ahora estoy trabajando en los pasos que ya exponía en el artículo de este blog  7 pasos para escribir una novela.

El estado de Lucas Séguin queda reflejado en la primera página de la nueva novela:

Hace una mañana espléndida. Lucas Séguin limpia y ordena su piso. Se mueve con presteza por el salón agitando el plumero por todos los rincones. Al acercarse a la butaca del fondo, el refugio donde Dino se aislaba cuando tenía alguna contrariedad con su amo, se queda inmóvil durante unos segundos, como si lo hubiese abducido un recuerdo muy triste, cierra los ojos y, al volver de la nebulosa, resigue con los dedos las huellas de las rascadas inocentes que su perrito había dejado en el tapizado. Sufre un pequeño vahído y  busca el sofá.  Al sentarse, todavía con su mente a la deriva, hace el movimiento reflejo de cuidarse de no aplastar a su amigo que ya no está. Cuando se gira, para comprobar que allí no hay nadie, hace un visaje de dolor y pasa la mano, con la ternura de una caricia, por el sitio que debía de ser el palco preferente desde donde  Dino veía la tele. Juntos veían la tele y ya no está para hacerle compañía (Lucas recostado y Dino en la corva de la pierna). Recordar ya no le pone triste, aunque sí melancólico, pero es un estado soportable para él porque siente que se encuentra en un  momento ideal para crear. Los recuerdos son ahora argumentos para una historia que pretende escribir. Puede llorar recordando pero le salen  frases bellas (bueno, bien) que va anotando. En la mesa de centro tiene varios libros abiertos y unas cuartillas repletas de notas esparcidas sin orden. Debe de estar explorando alguna idea que le ayude a arrancar esa novela que está ansioso por escribir. El ordenador portátil es una herramienta nueva en su salón y parece reluciente como si no se hubiese abierto nunca. La tele está encendida sin sonido en una cadena de noticias que entra en bucle cada pocos minutos. Lucas vivía rodeado de mierda triste (es la mierda del que es guarro por tener todo el tiempo del mundo y no tener ganas de nada) y ahora parece que vive en la pulcritud y el orden, como si hubiera encontrado un plan de vida ilusionante. Ha pedido la excedencia en su trabajo de inspector de policía y quiere hacer mil cosas porque  tiene miedo de acabar mirando la pared.  Alguien dijo que la soledad hace que comiences mirando la tele y acabes mirando la pared. Lucas ha aprendido que la soledad es una fuerza que te roba la voluntad y acabas regodeándote y sintiendo el placer de que no eres nada. “Hasta cuando andas –piensa- se nota si una persona sufre o se revuelca en la soledad; por sus pasos, son  particulares, son pasos leves, flotantes, contenidos, sin dirección, clandestinos, penitentes.” Lucas copia la frase en una cuartilla. Ahora quiere convertir la soledad en una oportunidad, quiere sentir el paso del tiempo y aprovecharlo para crear. 

Es posible que cuando acabe la novela ésta no sea la primera página, pero Lucas Séguin sí va a escribir una novela. Me interesa su visión del mundo desde el fracaso.

La inspiración, la imaginación y  ahora queda la suerte.