El día 1/8/2016 comencé el proyecto de mi primera novela, lo de la fecha exacta es porque en ese momento escribía un diario creativo y decía esto:

1/8/2016

“He comenzado el proyecto de mi primera novela. El punto de partida fue una reflexión que dejé en mi diario el día 25/7/2016. Hablaba de mi primer relato, Mike Mentzer, que aparece en este blog:

Adela (es la protagonista del relato) también escucha, en la grabadora que le puso a Wilson para ver cómo descansaba por las noches, las conversaciones entre las asistentas cuando entran en la habitación. Este tema no lo domino, pero yo creo que cuando invadimos la intimidad de las personas le estamos robando su libertad. Voy a aplazar este tema para futuras historias.”

A partir de ese flash comencé a darle vueltas y a estudiar el tema del voyerismo y la libertad y, poco a poco, se fue consolidando la posible premisa que me haría arrancar la novela.

Después de la fase previa, de exploración y estudio, que desarrollo en el artículo del blog “7 Pasos para escribir una novelade 20/8/2016,   todo comienza con el miedo de saber que me había metido en un terreno desconocido como escritor; hasta ese momento  el objeto de mi trabajo era la escritura de guiones y obras de teatro (nueve guiones de largometraje y seis obras de teatros).

El primer borrador de la novela, de sólo 73 páginas, lo consigo el 4/1/2017, y  me decía: con las horas de esfuerzo (entre seis o siete diarias de lunes a domingo), y no avanzo, me voy a quedar en el camino y va a ser el fin de este oficio tan bonito de escribir al que dedico todo mi tiempo. Pero algo mágico, que está por allá abajo, en el inconsciente, hizo que un día todo adquiriera un orden y se disparara y, en nueve meses, por el 18/10/2017, consiguiera acabar ¡Mi primera novela!

Pretendía llegar sólo  a 250 páginas (30 líneas y 55 caracteres) y lo consideraba un hito, sin embargo, hubo un momento que todo iba solo, y llegué a pasar de trescientas páginas, pero tuve que hacer una criba para eliminar los flecos que van a pareciendo a lo largo de la historia, que abren nuevos temas, y pueden  saturar la novela, y la he dejado en 292 páginas.

Cuando di por acabada la historia, y en el momento que escribía la palabra FINAL, me sorprendió un subidón de adrenalina tan grande que casi me meo encima.

Con todo el respeto del mundo a los lectores, por abusar de su paciencia, voy a publicar un capítulo de la novela:   

Linda (25 años) va a visitar a su padre, Lucas Séguin (inspector de policía), que está en la cárcel por matar a Eric Cimientos, un señor que la había agredido en la cabeza y había abusado de ella. El traumatismo cráneo encefálico le afectó a la memoria y se está recuperando lentamente. Linda y su padre hace veinte años que no se ven cara a cara.

Los capítulos tienen nombres de términos musicales. Dúo es el capítulo 27.

Dúo

“Linda entra en el locutorio de la cárcel acompañada de un funcionario. Es un habitáculo austero, con una mesita en el centro y dos sillas de plástico colocadas a lado y lado. Enfrentadas. A la espalda de cada silla hay una puerta metálica con postigo. Y en el vértice superior derecho del cuartucho, desde el punto de vista de Linda, está la intimidadora  cámara de vigilancia. El funcionario se retira. Ella no se sienta y recorre a ritmo de marcha lenta cada centímetro del cubículo. Lo palpa todo y lo huele todo con fruición por si hubiera estado allí antes. Cualquier lugar en el que se encuentre Linda lo querrá explorar para ver si su memoria, mermada por el trauma producido por los golpes propinados por Eric Cimientos, le ayuda a recuperar retazos perdidos de su historia. Al cabo de unos segundos ya sabe que no ha pasado por la cárcel y, sin embargo, no siente miedo, más bien al contrario, se acoge con sus propias manos cruzadas sobre sus hombros como si estuviera muy a gusto en el locutorio. La cárcel. Linda se acerca a la puerta metálica por la que había entrado y apoya su espalda y las palmas de la mano contra el frío metal, eclipsa los ojos, se relaja, y parece que  planeara por el cielo en un artefacto futurista.

Se escucha el ruido de un picaporte y se abre la puerta de enfrente (le falta el chirrido aterrador de los goznes que escuchamos en los dramas carcelarios). Linda no se sobresalta ni se le altera el ánimo, no espera nada del encuentro. Ni viene a hacer daño ni a encontrar la solución de su vida. Es Lucas Séguin al que viene a visitar. Ya sabe su historia. Su madre se lo ha pedido y lo hace por ella.

Lucas Séguin aparece acompañado de un funcionario. Al verla se le aflojan las piernas y está a punto de cagarse encima. No esperaba que el encuentro con Linda le fuera a producir una tristeza tan grande. De las ganas de mear que le entraban en los trances emocionantes ha pasado a las ganas incontrolables de irse por el palo. Él sufre la mirada inquisitiva de Linda y una fuerza ajena lo devuelve a su infancia; y esa niña que está ahí es su madre. Su madre. Se siente un hijo indefenso al que  le van a comunicar una noticia atroz. Lucas se apoya con ambas manos en el respaldo de su silla para mantener el equilibrio. El funcionario le intenta ayudar y él le hace un gesto de agradecimiento pero no. El funcionario se retira. Y, en una exhibición enternecedora de coraje, Lucas se yergue sobre esa mierda, que está a punto de salir, para mostrarse digno ante su hija.

Linda se acerca a su silla, y los dos, de pie, se miran a los ojos como se miraban Marlon Brando y Eva Marie Saint en “La ley del silencio” (un hombre que no aprendió a amar y una mujer que desbordaba amor por todo lo que le rodea). Ella lo enfrenta al dilema de seguir haciendo el trabajo execrable de extorsionar a los trabajadores para que se sometan a la mafia del puerto o delatarlos y recuperar una vida decente que le haga digno de ser amado por ella.

Lucas sabe, que después de este encuentro, todo lo que espera recibir de Linda va a depender del grado de dignidad que él pueda mostrar, y tan sólo tiene el recurso de la palabra (su historia no es la de un héroe). ¿Lo despreciará y todo se acaba porque habrá llegado al final del camino, o le perdonará y seguirá su viaje a ninguna parte? ¿O hacia el sur?, por ejemplo.

“Da lástima este hombre”, piensa ella.

-¿Nos sentamos? –le inquiere Linda con voz lastimera, como si le hablara a un niñito que acaba de encontrar a su madre después de años perdida.

“Alguien decía que cuando odias a una persona ésta sigue existiendo mientras dura el odio y que empiezas a olvidarla cuando sientes lástima por ella. Linda se aleja cada vez más desde que me ha visto”, especula Lucas (La lástima es el principio del olvido, le diría Lucas Séguin al sargento Flores si le contara esta experiencia que está viviendo con Linda, y el sargento Flores pensaría: “Este hombre caza las paridas al vuelo”).

Los dos se sientan. Linda lo sigue mirando de arriba a bajo intentando reconstruir el pasado que pudo compartir con él y poco a poco va cayendo en la melancolía, no recuerda nada.

-¿Cómo estás? –él lo expresa como un trámite para romper el hielo.

-Mi madre te manda recuerdos y que te cuides.

Lucas se remueve en su silla por la emoción y por los retortijones. Pasan un tiempo en silencio y hasta se escuchan las respiraciones al compás. Se aburren.

-¿Sí? –Linda lanza el ¿sí? como final de un bostezo reprimido. 

-Penaba por verte y ahora no se me ocurre nada que decir –Lucas no encuentra el tono y suena falso.

-No digas nada. Esperamos a que se haga la hora en silencio y luego que cada uno saque sus propias conclusiones.

-La soledad sonora de Juan Ramón Jiménez…

-¿Qué dices?

-Chorradas de estar encerrado, que se vuelve uno muy profundo porque no tiene a nadie con quien hablar.

-¿Qué se siente cuando matas a alguien?

Lucas nota que Linda ya no está cerca de él. De la lástima ha pasado a la indiferencia.

-Es muy doloroso porque los policías a veces nos vemos obligados a matar  y no somos asesinos.

-¿Ah, sí? ¿Y  a Eric Cimientos?

-Eric no era policía, por eso no sé qué sentía cuando te hizo daño.

-No, me refiero qué sentiste tú cuando lo mataste.

Si el primer diálogo entre Linda y su madre Flora en el hospital de la gran ciudad del sur tuvo un problema  de expresión de las emociones (pathos), en este diálogo sordo el problema es que ninguno de los dos es fiable para el otro (ethos).

-¿Tú quieres hablar de aquello tan…?

-¿Y si no de qué hablamos?

Lucas engarza sus dos manos entrelazando los dedos, pone los codos sobre la mesa y apoya la frente en los nudillos. Parece que  le pidiera a algún dios toda la fuerza que necesita para arrostrar aquella losa de indiferencia que exhibe Linda.

-Toda la vida he soñado con quererte –Lucas lo suelta sin levantar la cabeza.

Ella pasa del letargo a una excitación incómoda, ¿lo manda a tomar por el culo o lo abraza?

-¿No me crees? –sigue él.

Ella se recupera y opta por la mala leche.

-¿Lo hiciste por mí -vuelve al tema de la muerte de Eric intentando ser lo más hiriente posible-, o fue el orgullo de los machos, que os vuelve salvajes cuando alguien os toca los cojones, el que te movió?

Se queda paralizado ante tanto oprobio.

-No hables así, Linda –se lo pide casi arrastrándose.

-¿Me vas a decir tú cómo te debo hablar?

-Cuando soñaba contigo te imaginaba humillándome por ser un mal padre y, a pesar de eso, siempre acababas tus reproches con una sonrisa cariñosa que me hacía creer en ti.

-No te hagas la víctima conmigo que ya he vivido lo suficiente. Yo que tú me callaría.

-Me callo.

Linda lo ha llevado por el camino ignoto de la poquedad. No había bajado más allá de hacerse la víctima.

-Es que  cada vez que abres la boca te entiendo menos, te emocionas a destiempo, eso es que me estás mintiendo; joder.

Con Linda no le vale las digresiones que suelta con frecuencia para salirse por la tangente, ella marca (impone) cada tema.      

-De acuerdo.

-Tampoco me des la razón en todo; es que me dan ganas de…

-Yo me hacía promesas de lo que llegaría a hacer por ti –hace una pausa larga y masculla el resto de la frase-  y ya veo que jamás las podré cumplir.

-Mi padre y mi madre han estado encerrados –ella ni escucha, recita-, ¡qué panorama! Mírate, ¿no te importa que te vea así, hecho una piltrafa?, ¿por qué querías verme si jamás hubo nada entre nosotros? No hace falta que contestes.

A Lucas se le quiebra la voz y junta las palmas de las manos  para rogarle que lo escuche por favor (ya sólo le queda la sumisión total para doblegar el ánimo de Linda).

-Sí hubo algo, Linda, aquello duró poco más de dos años y fue suficiente para quererte más que a nada en el mundo -recuerda lo que le decía su querido Dino, “tu dignidad tiene el mismo tamaño que tu orgullo”, y suelta lastre-. Pero he sido tan cobarde, que ese recuerdo tuyo, que me ha atormentado durante todos estos años, me hizo viejo y amargado antes de tiempo por no enfrentarme a mi deber como padre, y cuando uno está cansado de vivir quiere reconciliarse con el pasado antes de quitarse de en medio, y por eso me empeñé en buscarte, para despedirme de ti. Fui yo el que le pidió a Eric que intentara localizarte y ésa fue la peor decisión de mi vida; ¡cuánto daño te he hecho! Te agradezco que hayas venido y si quieres nos despedimos aquí. 

Linda sí reacciona ante esta media verdad.

-Me voy cuando me echen –lo increpa con un tono provocador, luego se calma y sí se deja llevar por la emoción-. ¿Tú te jugaste la vida por mí?

-Cuando me preguntaste antes qué sentí al dispararle a Eric me corté porque no quería responder con tópicos y bravatas que es lo que me hubiese salido instintivamente. Yo no quería matarlo, es la verdad, y cuando lo vi allí tendido, muriéndose, lo abracé y le pedí perdón y… –hace una pausa para llorar sin control y entre lágrimas continúa- y su última frase antes de morir fue… me dijo algo que jamás pensé que algún día sería capaz de contártelo, me dijo: “Dile a Linda que me perdone”.

   Linda se levanta y va hacia la puerta de salida, apoya la frente en el  artefacto de metal y la balancea como si quisiera dejar una huella indeleble, y se rompe en un llanto liberador. Lucas no se atreve a levantarse y se convierte en una figura de porcelana, frágil y decorativa, sentada en una silla de plástico. Linda hace un gesto hacia la cámara sin girarse y reclama al funcionario que quiere salir de allí. “