Kafka, Joyce, Faulkner, Borges, Juan Rulfo, Peter Handke, Roberto Bolaño… para no dejar de aprender

Ojeando mis libros se me despertó la curiosidad de descubrir qué me podría aportar, muchos años después de la primera lectura, volver a leer a estos autores de culto que no conseguí comprender del todo. Con Galdós, Flaubert, Dostoievski, Scott Fitzgerald, Vargas Llosa, y otros muchos autores, todo fluía, eran narradores, pero estos otros eran autores de culto. De culto. En aquella época después de leerlos miraba para otro lado; era como cuando veía una película de Godard o Cassavetes, no me atrevía a opinar lo que sentía realmente. Ahora sé que me faltaban recursos para entenderlos: corrientes literarias a las que pertenecían, estilos narrativos, nuevos códigos de comunicación. Eso es lo que intento descubrir ahora para disfrutar y aprender de su relectura. De momento comenzaré analizando la experiencia con la relectura de dos obras: la colección de cuentos, El Aleph, de J.L. Borges, y El miedo del portero al penalty, de Peter Handke (premio Nobel de literatura 2019).

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La experiencia de la primera lectura

A Borges (1899-1986) lo leí en una época que estudiaba guion y había escrito mi quinta obra de teatro. Por su fama de escritor de cuentos fantásticos me atrajo la idea de que podría ser una fuente de inspiración para contar mis propias historias. No era mi intención ser novelista. En la primera lectura Borges me abrumó por su imaginación y su cultura enciclopédica y, me hizo pensar, que para ser novelista, para hacer literatura, había que ser misterioso, críptico y sabio. En definitiva, que la buena literatura había que sufrirla porque era cosa de gente superior.

A Peter Handke (Austria, 1942) me llevó las referencias de que su arte narrativo era deslumbrante. Leía páginas y páginas de hechos simples y cotidianos, sin aparente trascendencia. Sí sabía de la influencia de expresionismo alemán en su obra. Leía una página y otra y volvía atrás porque no veía el hilo de lo que estaba pasando. Palabras, palabras, palabras y averigüe usted qué pretendía contar; eso es lo que pude percibir de la primera lectura de El miedo del portero al penalty. Sufría, pero seguía manteniendo aquello de que los grandes autores tenían que ser misteriosos y enigmáticos.

Y así me pasaba con todas las primeras lecturas de grandes obras como El ruido y la furia de Faulkner, Ulises de Joyce, Pedro Páramo de Rulfo; me acomplejaban y me impedían soñar con ser escritor de novelas. Podía ver que cualquiera de estos autores era capaz de escribir cien páginas sólo para narrar lo que podía pasar por la mente de un personaje mientras sube los veinte escalones que separan el salón de su casa de su dormitorio. Mi reacción ante cada lectura era: esto es deslumbrante, único, maravilloso, inalcanzable, sobrehumano…, y todos los adjetivos propios de los que adoran a sus ídolos; movidos por la fe y no por la razón. Eran autores de culto y no narradores. Ante este panorama abrumador, que yo dibujaba de lo que entendía que debería ser la verdadera narrativa, me parecía toda una temeridad tener la tentación de escribir aunque sólo fuera un microrrelato.

Mis primeros trabajos como narrador (mi atrevimiento llegó un poco tarde)

Me había preparado técnicamente para escribir textos dramáticos y guiones y sabía que no hacía literatura. Los guiones y los textos dramáticos son una simple guía para una puesta en escena. El arte en el teatro y en el cine empieza en el momento que un director materializaba los textos. Las películas y los espectáculos teatrales hacen que los guiones y los libretos mueran una vez usados; son puro material de desecho. En cambio, una novela es una obra acabada, es crear todo un universo sólo con palabras, es literatura.    

Pasaron muchos años y, con sesenta y cuatro, escribí mi primer cuento (Mike Mentzer), más para seguir creando que cualquier otra pretensión. Había dejado el teatro (en el que me había iniciado en los primeros setenta) por el esfuerzo que supone escribir, ensayar y representar una obra a mi edad; y también dejé de escribir guiones de largometraje, por lo duro y frustrante que llega a ser escribirlos e intentar promocionarlos (no sé cómo lo hice, pero he escrito diez guiones de largometraje y ahí están).

Mi primer trabajo narrativo, como decía, fue el cuento Mike Mentzer, que aparece en este blog (bucareproducciones) en agosto de 2016. Este cuento me hizo ver que escribir narrativa es como rodar mi propia película con palabras: describía las acciones como si las estuviera filmando, entraba en el pensamiento de los personajes y hacía mis propias reflexiones (cosa imposible cuando escribía un guion), le ponía color a las escenas, atmósfera a las sensaciones (que tampoco pueden aparecer en un guion), y más recursos propios del cine. Pero uno de los recursos más importante era la construcción de los diálogos y, esta técnica, la había aprendido cuando estudiaba guion y dramaturgia y la había practicado durante más de cuarenta años. Esas sensaciones estimulantes que descubrí escribiendo mi primer cuento me animaron a escribir mi primera novela. Comencé a estudiar teoría de la narrativa  e iba escribiendo por tanteo. Hacía pruebas y las presentaba a algunos amigos (a los que estoy muy agradecido) que las iban valorando; hasta que conseguí la seguridad.

Acabar la primera novela, CONTRACANTO, me renovó las fuerzas que pensaba que había perdido al dejar mis dos pasiones (el cine y el teatro) y escribí la segunda novela, DESENCANTO (que no quiero publicar hasta que pase la situación actual), y, sin parar, he seguido con la tercera, PARA QUÉ HE DE SOÑAR, que ya está a punto de ser acabada. Puedo decir que crear, no importa qué, es lo que hace que mantenga intacta la constancia y la paciencia para seguir trabajando cada día.

La experiencia de la relectura de los autores de culto después de cuatro años dedicados exclusivamente a la narrativa

Ahora me enfrento a aquellos maestros con el pudor de un principiante, pero con la energía de descubrir sus secretos y, si se tercia, desbrozar el mito. Espero que ninguno me defraude.

Contaré la experiencia de la relectura de El Aleph y El miedo del portero al penalty. Hablo de ellas porque algo nuevo me han aportado y esto es lo que voy a intentar exponer. He pasado de las primeras lecturas paralizantes a una lectura agradable y provechosa. Descubro que leer buena literatura no es leer un cuadro de doble entrada donde a cada acción corresponde una reacción lógica y racional. El pensamiento cartesiano no vale para disfrutar de la literatura compleja. La obra de Borges o de Peter Handke, como la vida misma, es contradictoria, con más dudas que certezas, donde domina más la paradoja que la lógica. Por eso, lo primero que hago al releer a los autores complejos es descubrir las claves de la obra. Conocer las claves me ayuda a no salirme de la historia si algo me rompe mi esquema lógico, como me pasaba en las primeras lecturas.

El Aleph es un libro de diecisiete cuentos entre los que está el que da el título a la obra.

Las claves que he descubierto son muchas, pero voy a utilizar sólo siete:

a) El móvil de cada cuento son reflexiones metafísicas y preguntas eternas.

b) Las historias son fantásticas y pueden llegar al absurdo: importa más el mensaje que la verosimilitud.

c) Hace muchas referencias a personajes y hechos históricos, a autores literarios, a datos enciclopédicos. Algunas referencias, son invención suya, las utiliza para ajustarlas al objetivo del cuento.

d) Intertextualidad: reinterpretaciones de la historia real, de textos literarios auténticos, de la mitología, de la Biblia.

e) Las emociones más bellas las provocan a veces los personajes más inesperados (monstruos, asesinos, sátrapas, desarraigados).

f) El narrador no es categórico, puede dudar de su mirada; a veces se produce un cambio de narrador y otras pasa de primera a tercera persona.

g) El complot, el infinito y el todo son algunas de las obsesiones de Borges.

Con estas claves la lectura de los diecisiete cuentos de El Aleph es ir a la búsqueda de tesoros literarios: belleza, emociones, sabiduría, misterio, fantasía, pensamientos…

Analizaré telegráficamente cuatro de los diecisiete cuentos desvelando las claves que me hizo disfrutar de su lectura:

La casa de Asterión (Asterión es el nombre del Minotauro) se basa en el mito clásico pero humanizando al monstruo. Es un monólogo de Asterión sobre los límites del laberinto y el infinito*. Todo se repite allá adentro: “Ojalá mi redentor me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas”. Es emocionante saber que vas a encontrar joyas como ésta. Al final cambia de narrador, de primera a tercera persona, y dice: -¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió. Precioso cuento.     

  

La otra muerte, el autor narra cómo consiguió la revisión de la historia de Pedro Damián. Pedro Damián, que muere como un cobarde en la batalla de Masoller (Uruguay, revolución de 1904) y, después de remover el pasado, hace que aparezca en la historia (reescrita en 1946) como un héroe. El mismo autor acaba diciendo: “Sospecho que en mi relato hay falsos recuerdos”. Aprende de su propia experiencia. Y explicita el pensamiento que mueve el cuento: “Modificar el pasado es anular sus consecuencias”.* Vemos que el narrador no lo sabe todo, duda y hasta cambia de idea.    

El Aleph, el narrador es el propio Borges. El cuento comienza con la muerte de su amor, Beatriz Viterbo y, lo que iba a ser una historia de amor, de pronto da un giro y pasa a ser un cuento fantástico. El Aleph es una pequeña esfera de unos dos centímetros de diámetro que contiene el espacio cósmico, el todo. El todo* es otra de las obsesiones del autor. Y el cuento acaba: “Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz”. Qué maravilla. Emociones, narrador no categórico, fantasía, alusiones a la Biblia, filosofía, obsesiones. En todos los cuentos me dejo llevar por las claves y el disfrute es inmenso por la belleza literaria y porque puedo desvelar la grandeza de su mensaje. 

-Emma Zunz, cuenta la historia de una venganza. Emma Zunz, de diecinueve años, vive con su padre que trabaja de contable en una empresa. El jefe lo acusa en falso de robarle y éste no soporta la afrenta y se suicida. Emma Zunz decide vengarlo. Es virgen y busca a un joven que haga el sexo con ella. Luego se agencia un motivo para encontrarse con el jefe en el despacho (se presta a delatar a los trabajadores que iniciaron la huelga en la empresa). Allí lo mata de dos disparos. Llama a la policía y alega que el jefe la había violado. Todos en la empresa la creen y la policía también, que es lo que esperaba, y aceptan que mató al jefe en defensa propia.

Es una historia sobre la manipulación* de la realidad. Ella conocía perfectamente cuál sería la reacción de la comunidad, conoce sus valores y sus creencias. Algo así se puede ver en el discurso de Marco Antonio por la muerte de Julio César. Prepara sutilmente las reacciones del pueblo romano halagando al mismo tiempo a los asesinos y a César;  pretende que el pueblo haga un balance si es merecido o no su asesinato. Esta actitud de Emma Zunz y Marco Antonio hoy se llama posverdad (Distorsión deliberada de la realidad… RAE). 

*Estos son algunos de los mensajes, reflexiones y obsesiones que mueven estos cuentos.   

  

El miedo del portero al penalty es una novela corta en la que Peter Handke cuenta la historia de Josef Bloch. Bloch había sido un portero famoso y ahora es un obrero mecánico. La novela comienza con el despido del protagonista de su trabajo. Se siente acabado y deambula por la ciudad sin rumbo. Conoce a una joven y acaba asesinándola. Huye y la novela narra sólo su huida para dejar de ser una novela policíaca, que sería lo propio. Como obra compleja he utilizado unas claves para aprovechar su lectura:

a) Sólo narra el viaje y no hay trama ni intriga.

b) Bloch huye de sí mismo.

c) La soledad es recurrente en casi todos los personajes.

d) Es un viaje por los lugares y las cosas a través  de la mirada de Bloch.

e) Muestra el sentido de culpa del personaje y de la sociedad alemana de la posguerra.

Con estas claves puedo leer la obra como una novela de viajes. No busco respuestas y por tanto no necesito ordenar la información. Todo fluye y vivo cada detalle con una mirada compasiva hacia Bloch (que representa al pueblo) que me impide aburrirme. Siento. Como Kafka intenta mostrar la épica de lo cotidiano. Puedo empezar la lectura por cualquier parte y nunca me pierdo. Busco momentos y a veces vuelvo a los más emocionantes para recrearme, como un lector de novelas de viajes vuelve a la descripción de un monumento exótico. Aunque aquí no me imagino paisajes, vestigios y culturas; imagino la soledad más profunda de un ser humano, el peso de la historia y la decadencia de un pueblo.

Me propongo hacer fácil la lectura de aquellas obras que me costó leer.